A Rotterdam llegué a mediodía desde Bruselas. Sobre el camping municipal había llovido a cántaros en los días anteriores, pero el barro se compensaba con la cordialidad de los encargados del lugar, caótico pero simpático y a poca distancia en autobús y tranvía del museo que me proponía visitar.
Al Boijmans Van Beuningen me gusta retornar periódicamente. En esta ocasión habían anunciado en su newsletter una muestra razonada y por períodos de esas obras que, sin estas iniciativas, los museos suelen tener en la reserva; entreveradas con las que cuentan con plaza estable. Con el título “La colección como una máquina del tiempo” se ofrecía la oportunidad de descubrir algunos meritorios artistas de los Países Bajos.
Y no se preocupen por esos dos señores que les esperan en la puerta, son severos pero no muerden, aunque parezca que el de los michelines desinflados y el bedel no hacen buenas migas.
Al Museo se llega desde el paseo del Museumpark que bordea un canal cuyas aguas se camuflan bajo el tapiz vegetal que lo reviste.
Al mismo tiempo pude descubrir los grandes dibujos en tinta sobre papel de una artista sueca de paciencia infinita: Gunnel Wåhlstrand (Uppsala 1974). Esta exposición temporal la ha organizado el museo gracias a la colaboración de Magasin III, Museo y Fundación de Arte Contemporáneo, de Estocolmo, una institución privada que también me era desconocida.
La exposición dedicada a Richard Serra mes un reencuentro con esas materias suyas de las que, como de un lentísimo flujo, brotan notas y silencios a través del diálogo entre un metal sin aristas y un caucho negro que simula ariscos bloques de cemento; además de una obra gráfica expuesta por primera vez. Entendí que el artista tiene una larga historia de amor con este museo, al que ha dedicado en exclusiva 80 dibujos.
Pero, ante la variada oferta y para no alargarme, me ceñiré a mi cosecha de fisionomías y retratos.
Rostros en el tiempo
El retrato que aquí ven no es una foto, sino lo que yo llamaría una “metafotografía”. Es decir un dibujo hiperrealista en tinta y sobre papel que, partiendo de una foto y mediante técnicas que varían de un artista a otro, “traspasa” a otro medio plástico la imagen originaria, creando así una obra independiente, de calidades expresivas nuevas, que trasciende el original fotográfico.
Es el caso de las obras infinitamente minuciosas que, a lo largo de los meses que dedica a cada una de ellas, ejecuta en papel de gran formato la artista sueca que he descubierto en Rotterdam. Son sucesivas capas de tinta, de las más tenues a las más oscuras, de los claros y las manchas a los detalles más ínfimos, que esta artesana del dibujo transforma en retratos o paisajes intemporales, a partir de su colección de fotos de familia o de otras nuevas que ella misma ha tomado recientemente.
El hiperrealismo pictórico y escultórico de la imagen humana no es nuevo. Los retratos de pintores flamencos o renacentistas, o en ciertos bustos romanos, por poner algún ejemplo, ya eran hiperrealistas sin llamarse así. Lo que ocurre es que la fotografía para la pintura, y las técnicas de proyección o los nuevos materiales y la reproducción tridimensional para han escultura, han ofrecido múltiples posibilidades a una plétora de artistas hiperrealistas.
El holandés Pike Koch (1901-1991) fue uno de esos que no partían de una fotografía. En su época no se hablaba de hiperrealismo sino de realismo a secas. Sus retratos, a fuer de fieles a la fisionomía del modelo y con una calidad técnica quatroccentista, acaban por producir una sensación mágica. Algo así, a mi modo de ver, ocurre con las “metafotografías” de Gunnel Wåhlstrand.
Escribía Goethe que:
Nunca estaremos contentos con el retrato de las personas que conocemos. Por eso siempre me han dado lástima los pintores de retratos. Es bastante inusual que se le exija a alguien lo imposible, pero precisamente es lo que se hace con éstos. Tienen que conseguir captar en sus retratos, para cada uno de nosotros, el afecto o la antipatía que nos inspira cada persona; no se pueden limitar a representar a una persona tal como ellos la ven, sino como la vería cada uno de nosotros
Las afinidades electivas (Die Wahlverwandtschafen), traducción de Helena Cortés Gabaudan, Alianza Editorial, Madrid 2008, pág.180 (del diario de Otilia)
En realidad lo que, sin dejar de llevar razón, se le escapa a Otilia es lo que señalará Umberto Eco en su Opera Aperta, que una obra lograda se abre a muy variados sentidos y en su contemplación, según nuestra bagaje personal, oscilamos entre todos los posibles. Pero puede suceder que, como con alguno de los retratos que hoy traigo aquí, dejemos suspendido en el tiempo el sentido de lo que contemplamos.
Con el aura de la edad de un retratado sucede seguramente eso mismo que Goethe formulaba en palabras de su Otilia.
Así mismo y si me permiten comparar el expresionismo con el hiperrealismo, ¿qué decir sobre el modo de captar la atmósfera de la propia época?
Charley Toorop (1891-1955) fue una pintora holandesa y el cuadro que vemos aquí está pintado en los años 30, cuando sobre Europa se cernían los nubarrones de dos ideologías gregarias, el fascismo y el nazismo, que se nutrían del caldo de cultivo de la Gran Depresión de 1929 y de los resentimientos que había dejado la guerra del 14. Buscar luz natural o una sonrisa en sus innumerables fisionomías es buscar en vano.
Por el contrario, los dibujos y la iluminación de Gunnel Wåhlstrand nos hablan de los años del bienestar en la Suecia, durante su adolescencia o en los inicios del siglo XXI
El silencio de sus paisajes y los del expresionismo abstracto americano también se sitúan en dimensiones diferentes
Es muy otra la luz que vibra tras las masas de color de Rothko
Aunque ambas obras inviten a la calma y a una lenta contemplación
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Si seguimos hablando de la luz en los retratos de Gunnel Wåhlstrand
no puedo evitar pensar en algunas obras de Georges de la Tour (1593-1652)
Ambas imágens retratan a una madre y captan los contrastes de la luz sobre rostros femeninos.
…
En otro orden de estilo, pero siempre desde el Museo Boijmans van Beuningen, me despido por hoy con este retrato fauve de una española que cautivó a Kees van Dongen (1877-1968), cien años antes de que Gunnel Wåhlstrand dibujara a su madre a partir de unas fotografías vintage. El pincel del holandés no necesitó meses para resolver este soberbio retrato.
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Cuando partí de Rotterdam no había planeado llegar de un tirón y de madrugada a Gotemburgo, como así sucedió. El viaje se terminó un día antes de lo previsto. Los camping habían cerrado cuando desde Alemania llegué con el ferry a las costas danesas y no me quedó otro remedio que seguir tragando millas por la noche.
Así que, colorín colorado, este viaje se ha acabado.