Faust Antikvariat. Libros de viejo. Göteborg. Foto R.Puig
Cuando Carl Winter (1906-1966), director del Fitzwilliam Museum de Cambridge publicaba en 1943 su pequeño tratado (en octavo) sobre la “Miniaturas isabelinas” (Elizabethan Miniatures, Penguin Books) no podía pensar que un día de 2016, un peatón curioso se detendría ante los anaqueles en los que el mejor librero de viejo de Gotemburgo suele instalar las gangas cuando no llueve, y adquiriría por 10 coronas suecas (poco más de un euro) su breve tratado en la reedición de 1955.
Miniaturas elizabetianas
Casi todo lo que cuento e ilustro aquí procede de su libro. Por cierto, que Winter, además de un importante historiador del Arte, fue también uno de los principales valedores de la descriminalización de la homosexualidad en Gran Bretaña (de lo que se cumplen 50 años en 2017) con su testimonio como “Mr.White” ante el Comite Wolfenden.
Portada de Elizabethan Miniatures. Carl Winter, Penguin Books 1955
El cuerpo de letra del libro no es apto para présbitas, pero hace honor al tema del libro. Así que ya estaba yo a punto de renunciar a la ganga, cuando abrí las páginas de las ilustraciones y, para empezar, me topé con una de la mano del alemán Hans Holbein el Joven (1497? – 1543), el rostro de Ana de Cleves (1515-1557), la cuarta mujer de Enrique VIII, en un delicada miniatura cuasi circular de 3.12/35 cm de diámetro que el artista terminó hacia agosto de 1539 en el castillo de Düren, en Alemania. De allá se aprestaba a viajar la joven para casarse con aquel barbazul y para allá tuvo antes que viajar el artista de prisa y corriendo, desde Londres, por orden del monarca inglés, quien quería ver que aspecto tenía aquella que por alianzas dinásticas se proponía desposar.
Ana tuvo la suerte de morir de muerte natural, aunque su matrimonio no se consumó y duró sólo seis meses. En este retrato prenupcial está mirando a la cámara como una inocente oveja destinada al sacrificio, pero tendría la suerte de no acabar decapitada como su antecesora en el tálamo. Ella fue simplemente jubilada a los venticuatro años y, aunque para no disgustar al aliado carolingio, Enrique VIII le dio tierras y castillo en Inglaterra.
Anna de Cleves. Miniatura por Hans Holbein. Victoria and Albert Museum
El rey se sintió engañado por quienes se la habían pintado como agraciada, sin sospechar que aparte las marcas de la viruela, la joven no era de figura donosa como le habían dicho. En todo caso, la información gráfica solicitada previamente por el monarca nos ha valido esta pequeña maravilla sobre pergamino y el estupendo retrato que de la princesa alemana hizo Holbein, también sobre pergamino, y que se puede admirar en el Louvre. Ambos retratos son obras de la madurez de Holbein, cuatro años antes de su muerte en Londres en el otoño de 1543. Lo más probable es que se trajese el retrato de la cabeza a Londres y que acabase los detalles de vestido y joyas del ejemplar del Louvre en Inglaterra cuando la novia ya había llegado y pensamientos menos ilusorios la embargaban.
Anne de Cleves por Hans Holbein el Joven. Museo del Louvre. Foto Wikimedia Commons
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A lo que íbamos; con una buena lámpara, y a ratos la ayuda de una lupa, he leído este librito con creciente interés, aprendiendo todo lo que no sabía sobre el arte del retrato en miniatura, nacido de la maestría del limning de retratos de los últimos artistas iluminadores de códices en el Flandes del siglo XVI, mantenida por grabadores y orfebres, y con quien Hans Holbein se instruyó en esa técnica minuciosa en Amberes. Precisamente, el genial pintor, diseñador de orfebrería y miniaturista, que llegó a Inglaterra con una carta de recomendación de Erasmo de Rotterdam, acabó siendo el artista preferido de la Corte de Enrique VIII y el modelo del que aprendieron los miniaturistas al servicio de la reina Isabel de Inglaterra (1533-1603) y de su sucesor Jacobo I (1566-1625).
Y ya que estamos en la Corte, comencemos por
Los retratos monárquicos y cortesanos
El pintor y miniaturista inglés que destacaría sobre todos los demás se llamaba Nicholas Hillyarde (1547-1619), aunque pasó a la historia como Nicholas Hilliard (pronunciado a la francesa) y escribió hacia 1600 un Tratado sobre el Arte de la Iluminación (“A Treatise concerning the Arte of Limning”) en el que no cesa de proclamar su admiración y su deuda con Hans Holbein y con la obra gráfica de Durero.
Nicholas Hillyarde. Autorretrato (3.35/02 cm) a los 30 años (1577)
Sobre su obra, he encontrado una excelente memoria de investigación de la francesa Céline Cachaud publicada este año, en la que esta estudiante de Historia del Arte se refiere también a los trabajos de Carl Winter sobre el artista de Ia corte de la reina Isabel I de Inglaterra.
Estos delicados retratos se realizaban, a la témpera y con finísimos pinceles, en pergamino encolado sobre cartulinas de naipes. A menudo se recortaba una carta de corazones, pues solían ser prendas de amor, a veces lujosamente enmarcadas dentro de medallones y colgantes, que tenían una vida ajetreada, por lo que los colores no han mantenido casi nunca su esplendor original.
Pero aún así… y a pesar de que, como comenta Carl Winter, la reina Isabel I luce una generosa peluca que cubre su escasa cabellera, este diminuto retrato deja bastante claro que no se andaba con chiquitas.
La reina Isabel por Nicholas Hillyarde (5,89 x 3,35 cm). Victoria and Albert Museum
Como explicaba el artista en su Tratado, las sombras hay que hacerlas con delicadas líneas siguiendo la técnica de los grabados de Durero.
Y aquí tenemos de nuevo a la hija de Ana Bolena. Aunque los colores de la piel se hayan perdido, los detalles de ropajes y joyería han perdurado mal que bien, en otra miniatura, también de Nicholas Hillyarde, quien parece haber encontrado gusto al fondo de lujosa pañería aterciopelada, mientras la reina aprovecha para seguir mostrando su costosísima parafernalia que, según parece, sigue en gran parte en las arcas de de la Casa Real británica.
La reina Isabel de Inglaterra por Nicholas Hillyarde (5,8 x 7,1 cm). Victoria and Albert Museum
Pero, también su competidor, el francés, de familia de hugonotes refugiados en Inglaterra, Isaac Oliver (fallecido en 1617), quien acabó por robarle a Hillyarde la atención de la Corte, pintó el retrato de la reina en una miniatura oval, que ha llegado a nuestros día bastante desvaído y probablemente inacabado. No sería extraño que viendo que la soberana iba quedando desfavorecida, ni siquiera se lo mostrase. Ya sabemos cómo se la gastaban entonces los reyes y reinas ingleses cuando alguien les disgustaba.
Se puede apreciar la influencia renacentista italiana que diferencia su obra de la de su contemporáneo inglés.
Isabel I de Inglaterra por Isaac Oliver (5,48 x 5,89 cm). Victoria and Albert Museum
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Lo que no disgustaba a la reina era ir cambiando de favorito de vez en cuando.
Uno de ellos fue el Conde (Earl) de Cumberland, George Clifford (1558- 1605), a quien aquí vemos a sus veinticinco añitos, revestido de todo lo necesario para entrar en torneo como campeón de la reina Isabel (vease el detalle del guante de la monarca enganchado a su sombrero).
George Clifford pintado como Queen’s Champion por Nicholas Hillyarde (27,4 x 17,7 cm). National Maritime Museum Greenwich
En esta miniatura, más grande lo habitual, el maestro Hillyarde ha usado un fondo paisajista tomado de los grabados de Durero. La verdad es que el haber sido favorito de la reina no ayudó al conde a salvar su matrimonio -la condesa consorte obtuvo el divorcio- ni a morir viejo. Las expediciones corsarias de este marino de guerra, como tampoco las de Sir Francis Drake, no fueron del agrado de las flotas españolas de la época.
En cualquier caso, tuvo más suerte que este otro favorito de la reina, Robert Devereux, (1566-1601) conde de Essex, quien, si durante un tiempo hizo perder la cabeza a Isabel (en el retrato se le ve guaperas y a los veinte años ya pasaba las noches con la reina que tenía más de sesenta), a final quien la perdió de verdad fue él mismo, ejecutado por alta traición cuando no había cumplido treinta y cinco años. Servir a los Tudor y llegar a viejo no era lo corriente; lo que en el caso de Isabel I -decapitadora e hija de una decapitada y de su marido decapitador y feminicida- no deja de tener su intríngulis.
Robert Devereux por Isaac Oliver (5,08 x 4,57 cm). Victoria and Albert Museum
También murió joven, a los dieciocho años, el prícipe Henry Frederick (1594-1612) hijo de Jacobo I (1566-1625) y de Ana de Dinamarca (1574-1619), aunque tuvo tiempo de ser retratado con toga romana por Isaac Oliver antes de sucumbir a unas fiebres tifoideas.
Enrique Federico Estuardo por Isaac Oliver (5,33 x 4,57 cm) Fitzwilliam Museum Cambridge
Es una miniatura con dos perfiles, la del llorado príncipe de Gales y la de su madre, a la que se ve ajada, probablemente por las preocupaciones que acompañaron a esta católica resignada, entre otras cosas, a ver como le habían privado de la compañía de su hijo para entregar su educación a preceptores protestantes puritanos y, más adelante, a ser testigo de los altercados entre el heredero y su padre.
Ana de Dinamarca por Isaac Oliver (5,33 x 4,57 cm) Colección Real del Castillo de Windsor
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Más rostros para el recuerdo
A Edward Norgate (1581 – 1650) se le vino el mundo encima cuando perdió a su esposa cuando el tenía 35 años y ella 25. Como era un reconocido miniaturista (y autor de un tratado sobre la materia) su forma de perpetuarla en el recuerdo consistió en este medallón de 5,84 por 3,12 cm en cuyo reverso escribió el encomio póstumo de ella:
Non obijt sed abijt. Pudicitiae, Pietatis, et Venustatis rarissimus decus. Suavissimae Conjugi Ed: Norgate
Ella no ha muerto: se ha ido. Ornada de las más selectas cualidades de Modestia, Afecto y Belleza. A su muy dulce esposa, Ed: Norgate
Judith Norgate por Edward Norgate. 1617 (5,84 x 3,12 cm) Victoria and Albert Museum
Como lo cortés no quita lo valiente, el artista se casó de nuevo dos años después.
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También esta miniatura tiene algo que ver con una mujer que parece habitar en las nubes. El elegante caballero que, “en el año del Señor de 1588”, aferra una delicada mano de dama que llega de lo alto, parece absorto en un dilema amoroso que se formula con la misteriosa frase “amoris attici ergo”, que traducida literalmente vendría a decir “a causa del amor ático”. Especular se puede… pero, en todo caso, el retratado y su retratista, Nicholas Hillyarde, han dejado la respuesta pendiente de las nubes, digamos que “blowing in the clouds”.
Un desconcido por Nicholas Hillyarde, 1588 (5,84 x 3,32). Victoria and Albert Museum
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¿Qué decir de este joven en camisón que arde literalmente con el fuego del amor? Tanta es su pasión que, además de mantener cerca de su corazón un colgante del que pende sin duda el retrato de la amada, ha querido ser pintado con un fondo de llamas. ¿Fue esta miniatura un obsequio a la amada, para que, mientras él navegaba en un navío de guerra o simplemente viajaba comerciando por el continente, contemplase su imagen en la soledad de su lecho?
En verdad, este tipo de prendas de amor tienen su vertiente fetichista
Retrato de amante desconocido por Nicholas Hillyarde (5,66 x 5,33 cm) Victoria and Albert Museum
Por cierto, que el pergamino está pegado sobre un as de corazones…
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Podríamos seguir hasta agotar está colección llena de miga, pero lo dejaremos aquí.
Nada mejor que despedirmos con un personaje pensativo y atormentado, en medio de un jardín florido con la mano sobre el corazón. Este no era partidario del pijama y las llamas, prefería un entorno bucólico en el que su propio rostro surge de una golilla a modo de corola y sus negros rizos están reclamando los finos dedos de su amada.
En la parte superior del medallón se puede leer el siguiente motto:
Mi probada fidelidad es causa de mi dolor
My praised faith procures my pain
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En fin, como en las seguidillas… allá va la despedida. Y nada mejor que, tal como habíamos comenzado, nos despidamos con una miniatura de Hans Holbein, el maestro indiscutible a cuyo nivel, no obstante sus calidades, los demás miniaturistas que les sucedieron en Inglaterra.
Esta miniatura que segun Winter representaba una dama de la Corte inglesa, ha sido más tarde identificada como Jane Small (c. 1518–1602) casada en primeras nupcias con un comerciante de ropa.
Jane Small a los 23 años por Hans Holbein. Victoria and Albert Museum. Fuente Google Cultural Institute
Es un prodigioso trabajo de Hans Holbein tres años antes de su muerte, de poco más de cinco centímetros de diámetro, pintado hacia 1540, seguramente en el estudio del artista. No hay joyas, sólo un clavel, símbolo de esponsales, que cuelga de su cuello, y una ramita verde entre el pulgar y el índice de su mano izquierda. En su simplicidad es considerado uno de las obras maestras de la historia del retrato. Los demás palidecen frente a este.
Referencias
Carl Winter, Elizabethian Miniatures, Middlesex, The King Penguin Books, 1955 (1943)
Hans Holbein, Paul Mantz, dessins et gravures sous la direction de Edouard Liévre, Paris, A.Quintin, 1879