Esculturas de la civilización Yoruba en los museos de Nigeria
He visitado recientemente la exposición “Obras maestras de África – la historia del Reino de Ife” en el Museo de las Culturas del Mundo en Gotemburgo, donde he podido abandonarme a la fascinación de sus legendarias fisionomías y figuras en metal, terracota o piedra.
Ife, ciudad del suroeste de Nigeria, fue en siglos pasados una ciudad estado, sede de la dinastía de los Ooni (reyes) y centro de la civilización Yoruba. Su cultura se extendió también a lo que es hoy la vecina República de Benin.
La fertilidad del valle en el que está situada favoreció la prosperidad del reino e hizo posible el progreso en la fundición y cincelado de metales, en particular de las aleaciones a partir del cobre y las técnicas del vidrio (perlas de cristal).
De la mitología de esa civilización se deriva una jerarquía tradicional que se sitúa entre el Otro Mundo, el del Creador, y el Mundo de lo que no es humano.
De modo y manera que la sociedad y su equilibrio de poderes se ordenaban según tres niveles:
I El de los espíritus, ancestros y dioses (Òrisa)
II y las dos categorías de los seres humanos vivientes:
(1) los que saben (y se ornan con perlas de cristal de varios colores): los reyes, reinas, ancianos y jefes, los sacerdotes, adivinos y herboristas, los iniciados y quienes hacen las máscaras;
(2) los ignaros: los extranjeros, los no iniciados, los niños.
Cada estrato tiene su figuración propia en las esculturas que los arqueólogos han ido desenterrando durante los últimos cien años y que conforman la impresionante colección de la National Commission for Museums and Monuments (NCMM) de Nigeria.
La escultura en metal y en piedra
La técnica de la cera perdida aplicada a la fundición en cobre produjo piezas de una extraordinaria calidad, en general reservadas para las figuras y útiles de los dos niveles superiores. Así como las joyas hechas con perlas multicolores de vidrio, de las cuales Ife fue un centro de producción y de comercialización más allá de sus territorios. Poseerlas y exhibirlas era un signo de status político social.
Las fisionomías son de un realismo sereno con finos detalles en el tratamiento del metal, como son las escarificaciones que recorren los rostros y son típicas de las prácticas culturales de la antigüedad yoruba e identificadores de la comunidad de pertenencia.
Esa serenidad puede alterarse cuando se representan personajes de estrato inferior,
sobre todo si se trata de condenados o prisioneros
También se esculpía la piedra, como es el caso en la figura de Idena, la guardiana del camino hacia el santuario de Ore, el dios de la caza
Terracotas
Las obras en terracota se caracterizan por un mayor naturalismo aunque anteceden en varios siglos a la aparición de los trabajos en aleaciones del cobre
También estan presentes en la exposición las representaciones de animales en tierra cocida
o las situaciones de enfermedad o anomalía, en este caso no sabemos bien con qué significado y si era con finalidades mágicas o rituales
No faltan tampoco en terracota las figuras de extranjeros preparados para el sacrificio
También se modelaban las figuras destinadas a los altares de los santuarios o de los hogares y las figuras de orisas, ancestros o personajes reales
Las fisionomías en terracota son particularmente emocionantes por su calidez, textura y tratamiento de las formas.
Se supone además que el modelado en arcilla, como en la África de hoy, estaba a cargo de las mujeres, mientras el trabajo con metales estaba reservado a artistas varones.
Algo que, finalmente, hay que tener en cuenta es que las esculturas de la civilización de los yorubas eran policromadas. Nos haría falta un esfuerzo de la fantasía para imaginar cuál era su verdadero aspecto.
Conclusión
No obstante tratarse de rostros llegados de un mundo y de una sociedad organizada de forma tan distinta a las nuestras, pasé más de dos horas moviéndome entre todas estas presencias, capturado por una sensación de actualidad y de ruptura de tiempos, como si el espesor de los siglos y de las distancias geográficas se hubiera disuelto y estos rostros fuesen los mismos de muchos afroamericanos y no pocos afroeuropeos que viven hoy en día en los territorios de la civilización occidental.
Los seres humanos, sus expresiones, la dignidad o las penas que sus fisionomías pueden expresar y el arte recoger no han cambiado. A los treinta y cinco millones de hombres y mujeres de ascendencia yoruba los podemos hoy encontrar no sólo en el África Occidental, sino a diario en las calles de Europa y América, en particular en Brasil, Cuba, Haití y los Estados Unidos.
A través de qué vicisitudes, esclavitudes y exilios se han afincado por el mundo, eso daría para muchos capítulos.
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