Dejo Beauraing a las once de la mañana y pian piano llego al camping de Lübeck poco antes de las nueve de la noche, hora de cierre de la recepción. La mayor parte de la ruta transcurre por las autopistas alemanas, en particular por la A2. A día siguiente dejo Lübeck temprano. Ya he visitado Lübeck en el viaje de bajada, así que ni siquiera atravieso el centro de la ciudad. El objetivo es llegar al ferry de las ocho de la tarde, que me habrá de llevar de Fredrikshavn a Gotemburgo.
La Fundación Ada y Emil Nolde
Guiado por un cálculo optimista decido desviarme hacia Seebüll, muy cerca de las orillas del Mar del Norte en Alemania, ya dentro de la península de Jutlandia y a un paso de la frontera danesa. Cumplo así el viejo propósito de ir a ver las obras de Emil Nolde (1867-1956) que se guardan en la casa en la que vivió de forma permanente desde 1940 hasta su muerte en 1956. La propiedad del anciano artista pasó a la fundación que lleva su nombre y el de su primera mujer, Ada Vilstrup, que compartió casi toda su vida. Ella falleció diez años antes que él, en 1946, el mismo año en que el pintor definió en su testamento las líneas maestras del proyecto, en el que tuvo una parte importante Jolanthe Erdmann, la joven con la que se casó en 1948.
Ciertamente no seré yo quien descubra a los lectores de mi blog el cúmulo de información disponible en internet sobre la vida y la obra de Nolde. Se ha discutido mucho sobre su abundante producción artística. Lo mío son las impresiones que su casa museo han suscitado en un viejo aficionado al expresionismo alemán. Mi breve visita me ha recordado también una exposición en Madrid en la Fundación Juan March en el otoño de 1997, “Emil Nolde. Naturaleza y Religión”, que me sirvió de introducción a un artista autodidacta y prolífico que se resistió siempre a las clasificaciones.
Esa doble dominante de su obra, la bíblica y la paisajística, es bien patente en la exposición, así como sus retratos, en especial las acuarelas de rostros de mujer, y una selección de los cerca de 1300 bocetos de su etapa de reclusión en Seebüll, en esta misma casa, cuando clandestinamente desobedecía a la prohibición de pintar que le había impuesto el régimen nazi.
Es bien sabido que en la muestra “Arte degenerado”, promovida por Hitler y sus corifeos, el artista más vilipendiado y representado (con 48 cuadros de los 1.052 confiscados en museos y galerías) fue Emil Nolde.
Para encontrar este rincón, al que difícilmente habría llegado sin el GPS, hay que adentrarse en una comarca de viejas marismas transformadas en campos de cultivo, circulando por carreteras vecinales
El pintor era hijo de campesinos de la región y cumplió el deseo de volver a vivir y pintar en sus tierras de origen. Su formación profesional fue la de un ebanista, que, después de pasar por la talla de muebles y el dibujo ornamental, dio el salto a la pintura y el grabado. En la época en que se produce ese cambio y se casa con Ada Vilstrup (estudiante danesa de arte dramático) cambia su apellido de Hansen por el de Nolde, el nombre de su pueblo natal.
Es conocida su colaboración fugaz con los pintores de “Die Brücke” (El puente), su fuerte impregnación del romanticismo decimonónico de su país, su vinculación afectiva con las raíces medievales del arte alemán, común a varios pintores y escultores de su tiempo, su misticismo y religiosidad vagamente panteístas, así como su interés por la imaginería de Asia y Oceanía, que cuadraba bien con su forma libre y su manera autodidacta.
Aunque siempre fue reacio a las teorías estéticas ajenas, Emil Nolde teorizó sobre su propia obra, espoleado en parte por las críticas que suscitaba la “tosquedad de su técnica”. Todavía hoy es difícil enfrentarse a sus cuadros, sobre todo a los “cuadros religiosos”, con un espíritu crítico neutral, debido a la polémica que siempre les ha rodeado. Pero también es complicado ser imparcial y crítico con la obra de Nolde a causa del aura de resistente y de campeón de la libertad artística que la persecución nazi paradójicamente le brindó.
Sensaciones en la Fundación Nolde
Dejo para el final mi pequeño ramillete de obras de Nolde de entre aquellas que prefiero. Antes quiero recoger aquí mi impresión sobre la distribución expositiva de la fundación de Seebüll y sobre las decisiones que guían la presentación de la obra del artista.
Al parecer, la agrupación de 33 óleos de dimensiones considerables (en sus uniformes marcos originales) en dos apretadas filas superpuestas en un solo salón (el espacio más grande la casa taller), respeta el hecho de que era así como los guardaba bajo llave y los quería contemplar y enseñar el pintor en sus años de reclusión y de retiro. Por lo que esa apelotonada disposición expositiva (que malamente ayuda a admirar las obras) respondería a sus últimas voluntades.
Si es así, hay que resignarse a ello, pero siento que no casa bien con la generosidad espacial y arquitectónica del edificio denominado Forum (pasaje obligado para emprender el recorrido hacia el jardín y la casa museo) que alberga la recepción y venta de billetes y de las publicaciones y objetos de una la extensa boutique, la sala de proyecciones, la galería informativa y el restaurante. Un tercer edificio está dedicado a las oficinas de la Fundación.
No lejos del aparcamiento, está la granja de Hülltoft, en la que vivió el pintor durante la construcción de su casa y que, a juzgar por las acuarelas en las que aparece, ha conservado su aspecto de entonces.
Hoy es una casa de huéspedes para los visitantes.
Seebüll un destino de peregrinaje y de veneración de la figura y la obra de Emil Nolde. Como tal paga tributo a los espacios comerciales. No obstante, las obras de mayor formato se podrían presentar más generosamente, dándoles el aire que están reclamando. Ello ayudaría al visitante a contemplarlas, estudiarlas, y disfrutarlas mejor. Se entiende que el anciano Nolde quisiera tenerlas así y, en el espacio reducido de su casa, no tuviese otra alternativa, pero hoy en día la denominada “Billedsalen” se asemeja a un salón de subastas o a un gabinete de coleccionista barroco.
Contrasta con ello el “atelieret” del artista donde se exhiben sus escenas evangélicas, cuya sinceridad religiosa es patente pero cuya calidad (materiales, color, factura) es discutible o, al menos inferior a los mejores cuadros de su obra profana. En ese semisótano, donde Nolde pintaba, esa serie dedicada a la vida de Cristo se presenta, como si de una capilla se tratase, estructurada en retablo. El artista concibió esas escenas con la idea de que fuesen acogidas en una iglesia, pero fueron rechazadas repetidamente.
Eché en falta uno de los mejores óleos religiosos de Nolde, el “Jesús y los escribas” (1951), obra de su vejez, quizás prestada a la exposición que este verano le ha dedicado el Museo Luisiana de Dinamarca.
En todo caso, el jardín sigue también como el pintor lo diseñó y en los alrededores siguen pastando las vacas.
Pequeña selección personal
El agitado mar del Norte es uno de los temas preferidos y mejor logrados de Emil Nolde
Así como los cielos abrasados del atardecer
Las acuarelas de su largo viaje al Oriente en 1913/14
los juncos de los osados marineros y pescadores asiáticos
palmeras sobre mares paradisíacos y rostros de un mundo inocente.
Más de treinta años después, son otros los rostros
entre los cuales admiro su maestría a la acuarela en el retrato de aquellas mujeres que conoció o que jugaron un papel importante en su vida, como este de la joven Jolanthe, su segunda mujer, quien se encargó junto con Joachmim von Lepel, designado primer director por el artista, de organizar la Fundación Ada y Emil Nolde de Seebüll, para preservar y dar a conocer su obra.
Pienso que Emil Nolte fue tallando su propia vida como un experto ebanista que no sólo mide y construye sus creaciones, sino también su propia historia, contra viento y marea y reivindicándose frente a quienes quisieron eliminarle de la Historia.
…
Llegando a Gotemburgo
Al salir de Seebüll miro la hora. No tengo más remedio que acelerar la marcha tras dejar las rutas vecinales que atraviesan la frontera alemana por los campos del sur de Jutlandia, bañados en la luminosidad de una tarde perfecta que ya empieza a ser escandinava.
No me gustaría perder el ferry de las ocho de la tarde que, desde Fredrikshavn, me va a permitir desembarcar en Gotemburgo antes de la medianoche. Justo, justo, paso por la garita de los billetes media hora antes de la salida.
En las cubiertas del Stena Danica hay, según se mire, un ambiente tanto de final como de comienzo de vacaciones: hay viajeros alemanes de subida hacia sus destinos campestres en Suecia o Noruega, y suecos y noruegos de vuelta de sus baños de sol y mar en el continente. Son estos los que más se explayan, cerveza en mano en el bar del puente superior de la nave, donde devoro un canapé de gambas y una hamburguesa doble, preparados y servidos por empleadas filipinas.
Un puente más arriba, sobre uno de los bancos en los que se almacenan los chalecos salvavidas, disfruto de la puesta de sol y de una tardía siesta al aire libre.
La entrada en la bocana de la ría de Gotemburgo y el paso bajo el Älvsborgsbron (el puente que lleva el nombre de la fortaleza que defendía Gotemburgo en el pasado) la disfruto desde las barandillas exteriores de la nave.
Las estructuras de acero del puente y la enorme grúa de los antiguos astilleros emergen entre las luces de la noche
Al fondo, refulgente, la ciudad es una línea de luciérnagas multicolores