Para Anne y Dominique
Era casi mediodía cuando dejé Oloron en dirección de Bélgica. Pero recorrer hacia el norte todo el oeste de Francia requería una parada al sur de Tours, así que diciendo adiós al Bearnesado por rutas secundarias atravesé los últimos paisajes pre-pirenaicos, entre breves valles y suaves laderas colmadas de viñedos. De un modo u otro el GPS me acabaría poniendo en la A10.
Llegué al camping municipal de Sainte-Maure de Touraine (Santa Maura de Turena), treinta y dos kilómetros al sur de Tours, cuando ya se avecinaba la puesta de sol. Mañana habrá que atravesar París para dirigirme a la provincia de Heinault en Bélgica, a través del departamento de las Ardenas francesas, aunque antes de abandonar el lugar me doy una vuelta por su monumento más representativo.
Sainte-Maure de Touraine
Una altura rocosa sobre una llanura, un santuario del siglo VI dedicado a las Santas Maura y Brita, probablemente sobre un templo pagano del antiguo enclave romano de Arciacum, remodelado por las sucesivas ampliaciones financiadas por los señores feudales del lugar, que harán donación del templo a la abadía de Noyers en el siglo XII. Una historia que se repite con ligeras variantes y otros protagonistas por todo el territorio de Francia.
Lo mismo puede decirse de la forma en que el conjunto se va fortificando con el paso de los siglos y las guerras y de la llegada de los efectos colaterales de la Revolución Francesa y de la ruina posterior. Pero también llega la reconstrucción y el descubrimiento de la cripta gótica en el siglo XIX y con ello el retorno al culto de las dos santas y de sus supuestas reliquias. Por supuesto, no falta una fuente que cura muchos males, junto a una capilla no lejos del templo.
El santuario y sus contrafuertes presiden el pueblo y el curso del río Manse, que vierte sus aguas en el Vienne antes de Chinon, que a su vez desemboca en el Loira, no lejos de la renombrada Abadía de Fontevraud, que me quedé con ganas de visitar, prometiéndome hacerlo otro verano.
Tampoco me detengo en Tours -¡ay de mi cuántas cosas voy dejando al borde de la ruta!- pues me esperan los embotellamientos del cinturón de París y, sorpresa agradable, unos holandeses en una furgoneta hermana, verde primavera e impecable, que me van saludando efusivos mientras nos adelantamos por turnos en nuestro recorrido por la N20.
Es la cofradía de los pirados de la Multiván VW T3 que cada vez que nos encontramos por Europa nos saludamos con un golpe de bocina o agitando el brazo por la ventanilla. ¡Al fin y al cabo no somos ya muchos!
Barbençon
Me paro a dormir dos noches en este comuna del municipio de Beaumont, cerca de la frontera francesa en la región menos poblada de Bélgica. Es una comarca de la provincia de Hainault, surcada de suaves vaguadas verdeantes y de magníficos bosques, abrazada por los cursos de los ríos Sambre y Meuse, entre Thuin y Philippevile, al sur de Charleroi y, para los amantes de la cerveza una referencia: a poca distancia de la abadía de Chimay .
Hago honor a la hospitalidad de unos muy buenos amigos que han dejado el tráfago de Bruselas y se han venido a vivir a este país de hermosos relieves, mucha historia e infinita calma.
Merienda cena junto al estanque donde pululan los renacuajos y al amanecer croan dos o tres ranas, conversación hasta bien tarde
y, al día siguiente, paseo por los alrededores bordeando el estanque del castillo,
junto al que se mueven parsimoniosas unas ocas de raza atípica
Por su calle principal, las tradicionales casas de piedra que son características de toda la región
Un crucificado extraño preside el sobrio pórtico de su iglesia y me hace pensar en la conocida premonición del salmista: “Gusano soy y no hombre” (Salmo 22.6), anuncio de la pasión de Cristo que recuerdo haber escuchado en las liturgias de mi juventud
Lobbes
Por la tarde decidimos ir a Lobbes (no lejos de la ciudad fortificada de Thuin) a visitar su colegiata
La colegiata de Saint-Ursmer es la más antigua iglesia de Bélgica. Data del siglo XI y ha mantenido en esencia su sobrio estilo carolingio, incólume hasta hoy, no obstante su vinculación con la poderosa abadía de Lobbes y la destrucción de los edificios y propiedades del rico establecimiento monacal por las tropas francesas en 1794.
La visita daría para mucho pero me limitaré a especular sobre lo que las lápidas de tres de sus abades medievales (en especial una de ellas), cinceladas en el siglo XVI y obra de un escultor anónimo, representan de forma magistral.
Estas losas sepulcrales sufrieron durante varios siglos las pisadas de los fieles por el pavimento del interior de la iglesia hasta su remoción y posterior emplazamiento en las paredes de la cripta. Dos de ellas son de mármol negro, probablemente procedente de Golzinne, en la región de Macy, cerca de Namur, de unas canteras bajo tierra que ya excavaban los romanos.
Una pátina gris las recubre. Pero los fieles que se frotan contra una de ellas para curar sus enfermedades de la piel (la que dicen representa a San Dodón abad, cuyo rostro en mármol blanco incrustado sobre el negro tiene la nariz rota) mantienen al descubierto el negro profundo del mármol “negro belga”, que es hoy el más caro y escaso de Europa.
En el muro opuesto hay otra losa. Sus bajorrelieves revelan, así como en la otra, la extraordinaria maestría del escultor o escultores tardo góticos que los esculpieron.
Son los de esta última los que más me han sorprendido e intrigado.
Sus escenas de violencia y de muerte sin duda encierran un mensaje y, según un benévolo guía del lugar, quieren describir la situación de conflictos cruentos, incluso entre los mismos monjes, que al nuevo abad pacificador, para cuya tumba se diseñó, le había legado el mal gobierno de su antecesor.
La alegoría de la muerte era bastante habitual como memento mori, si bien esta me parece muy original, sobre todo en el detalle de los enormes gusanos que se arrastran sobre los huesos del esqueleto, aún cubierto de restos de piel y carne
No sé lo que mis lectores pensarán de alguno de los cuadros de esta obra de arte que he seleccionado, alusivas a la navegación, como esta carabela en medio de las olas
que parece llevarnos a otros mundos allende el océano. ¿Rumbo a las Indias?
Pues aunque no sea original la representación de los vientos que soplan con fuerza, sí los es el que aparezcan asociados a una figura simiesca que recuerda la del mono en los códices pre-hispánicos de Mesoamérica y en la escultura azteca

La Colegiata de Lobbes. Tumba de abad. Detalle. Alegoría de los vientos y posibles ídolos amerindianos. Foto R.Puig
donde Ozomatli, alias Ehécatl, era el dios de los ciclones que arrebataba a los hombres sus posesiones
Además hay otra que recuerda en su perfil y en su tocado a los de algunos sacerdotes mayas y caciques de los códices pre-hispánicos o a los curacas de algunas crónicas de la conquista de América

La Colegiata de Lobbes. Tumba de abad. Detalle. Posible cacique o sacerdote mesoamericano. Foto R.Puig
¿Pudo ser que el escultor de la lápida, al servicio de la Abadía de Lobbes, tuviese acceso en la biblioteca a alguno de los códices aztecas o mayas o a crónicas ilustradas de la conquista de América, de los que circulaban por la Europa del siglo XVI? Si pudiese descifrar tranquilamente la orla de textos latinos que, en apretados caracteres góticos, llenan los márgenes de la lápida, pudiera ser que surgiera alguna pista. Pero será par otra vez o para alguna búsqueda bibliográfica en los libros que tratan de la historia de este lugar.
También pudiera ser que algún especialista en Iconología tenga una explicación menos complicada.
No se debe olvidar que los territorios en que se encontraba la Abadía de Lobbes formaban parte del imperio de Carlos V y que los vericuetos por los que no pocos códices acabaron en las bibliotecas y archivos europeos pasaban por los equipajes que conquistadores, monjes y misioneros traían o enviaban desde América.
Frente al número de códices que, como es notorio, quemaron los conquistadores por juzgarlos idólatras, seguramente hubo muchísimos más, así como figuras en piedra o terracota, que fueron materia de un comercio lucrativo y de obsequios exóticos y prestigiosos entre nobles, príncipes y abadías.
Estas imágenes no dejan de sorprenderme. No sería extraño que el admirable escultor que las cinceló por encargo de los abades de Lobbes hubiera encontrado inspiración en los fondos de la biblioteca de los monjes y accedido a algunos códices, más tarde dispersados por los invasores franceses que, bajo el mando del general Louis Charbonniere, destruyeron esta abadía y la de Aulnes en 1794. Ese oficial de los ejércitos de la Convención fue un hábil negociante y un notorio beneficiario de sus propias demoliciones y rapiñas. Si bien, más de un siglo antes, las tropas de Luis XIV y del Cardenal Mazarin ya se habían empleado a fondo en el pillaje de la abadía.
Seneffe
Para terminar la jornada decidimos dar una vuelta por el Chateau de Seneffe, al que no volvía desde hace bastantes años, en cuyo parque hay actualmente una exposición de las habituales formas gigantes del escultor Mauro Staccioli, casi todas en acero corten.
Lo que no suele repetir es la ubicación de cada una de ellas, elegida por el escultor en armonía con el emplazamiento dentro del paisaje.
Lo hace de tal manera que, se miren desde donde se miren, nos ofrecen una visión diferente del juego de sus simetrías con la arquitectura del palacio y las perspectivas de su parque y de las alineaciones de césped, árboles y estanques
A pesar de los nubarrones que se estaban acumulando, quisimos llegar hasta el fondo de estos vastos espacios, en pos de los efectos visuales de las esculturas de Staccioli.
La consecuencia es que nos sorprendió una fortísima tormenta y nos calamos hasta los huesos, pero pagamos ese tributo sabiendo que merecía la pena. Al menos no nos cayó un rayo, lo que podía haber ocurrido porque los truenos nos acompañaron durante buena parte del remojón.
Emprendimos la vuelta a Barbençon ansiando una ducha caliente, ropas secas y un tazón de leche humeante que nos iban a sacar el frío del cuerpo.
