No han sido muchos los días pasados en Madrid, pero, como de costumbre, además de algunas exposiciones temporales, he podido visitar algún museo en el que no había entrado antes: el Museo Nacional del Romanticismo.
En esta ocasión quiero compartir algunos rostros que he capturado en sus salas. Son retratos de personas conocidas de la época y, en algunos casos, de otras cuyo nombre no se ha registrado. Normalmente, teniendo en cuenta el mundo y la época de quienes crearon el museo, esas caras, en actitud romántica o captadas a través de las preferencias estéticas del artista, corresponden en su mayoría a la clase social que podía pagárselo o a escritores y poetas, cuya valía, independientemente de sus posibles, les hizo atractivos para el público de su tiempo.
Así pues, todos ellos nos llegan de un siglo, el XIX que ha pasado a la historia como el siglo romántico por antonomasia. Ya se sabe que las clasificaciones por períodos de la literatura y el arte no agotan lo que pretenden situar. Al fin y al cabo “la actitud romántica” ha existido siempre, pero quienes vivieron una vida o una época “románticas” sin ser pudientes o haber sido admirados seguirán para siempre en el anonimato. En todo caso habrán quizá inspirado cuadros de tema oriental, zíngaro o costumbrista, narraciones legendarias, cuentos misteriosos, episodios galantes u otro tipo de peripecias emocionantes, aunque sus nombres no han llegado hasta nosotros, salvo que, por ejemplo, fuesen míticos bandoleros de nuestras sierras, artistas plebeyas o toreros intrépidos que cautivaban los corazones de aristócratas o burgueses.
En el Museo del Romanticismo, el culto a la individualidad en el retrato, refleja una de las notas de la época e, incluso en su maestría realista, se tiñe de la idealización o del ensueño. Detrás de sus miradas hay algo que se nos escapa. Quizás sea la fuga hacia el misterio que cada vida, por anodina y prosaica que haya sido, encierra siempre.
Pero me temo que me estoy dejando llevar de mi actitud romántica y es hora de pasar a la galería de fisionomías que he anunciado.
En esta primera entrega, me limitaré a una selección de retratos de mujeres, anclados evidentemente en la visión que de la mujer distinguida tenía aquella época. Las pondremos bajo el patrocinio de Urania, la musa de la Astronomía y la Astrología.
¿Y que mejor que empezar con aquellos rostros que parecen pensar en las estrellas?
Soñadoras
¡Hay Filomena, Filomena! ¿A ti que, siendo dama de la Reina moriste sin desposarte, quién te ha obsequiado esa rosa?
¿Y qué decir de la duquesa ensimismada? Aunque en este caso parece que el duque no sólo ha gastado en flores, sino que ha pasado por la joyería. No tenía más remedio, pues le sacaba veintiocho años a esta princesa, María Salm-Salm (aquí retratada el año de su boda), a la que si ya no tantos bríos, al menos no le faltaban medios para ofrecerle perlas.
Pero si, a lo que cuentan, la protagonista del siguiente cuadro es la hermana o cuñada del general Rafael de Riego (1784-1823), ejecutado por orden de Fernando VII en la Plaza de la Cebada de Madrid pocos meses antes de la fecha de este retrato, si es así, sospecho que su mirada tendría que ser triste y su elegancia y su peinado más comedidos. Aunque puede que la reciente muerte del general no afectase ya a esta joven, que estaba con Teresa de Riego, la viuda, exiliada en Londres o que el pintor, que dicen fue John Hayes (1786-1866), estuviese, por lo que refieren, prendado de ella y por eso la transfiguró.
Tristes
La que sí está de luto y vestida como un personaje de novela inglesa, es la viuda de Riego, quizás la más romántica de todas las figuras de la colección por la historia personal que encierra y por la repercusión que tuvo la vida y la muerte trágica del marido. Era sobrina y esposa del héroe y sólo fue su mujer durante cuatro años. Le sobrevivió ocho meses, murió a los veinticuatro años en su exilio de Londres el 19 de junio de 1824.
La siguiente mujer si es que fue feliz no parece que lo fuese en el momento en que la retrataron. ¿Está de luto?
Su marido era el político conservador Cándido Nocedal, quien por la época del retrato no era tan viejo y aún no había llegado a ministro de la gobernación. ¿Sería que en casa ya le daba el tostón a su mujer con sus ideas carlistas?
Y sobre la melancolía apenada de la joven con velo, casi una madonna, no tengo ningún dato que me permita emitir una hipótesis.
¿Qué le dirían ustedes para conseguir que sonría?
Concluyo esta sección de las tristes románticas con una dama ya madura y también anónima Su rostro delata muchas penas y perplejidades no resueltas, aunque no le falten perlas ni encajes. Además seguro que su comedor estaba bien equipado y podía agasajar dignamente a sus visitas.
¿Cuál es la raíz de los desconsuelos de esta matrona? ¿Hay en sus ojos color de miel la nostalgia de unos hijos que no tuvo? ¿Ha llegado a ese momento de su vida en que se pregunta si ha merecido la pena vivir sumisa en esa jaula de oro que intuimos?
A mí me parece que no acaba de entender para qué la hacen posar ante un pintor si ni siquiera su nombre va a llegar hasta nosotros.
Apacibles
Tengo la sensación de que a las tres damas que vienen a continuación les va bastante bien, por lo que las he colocado en el apartado de aquellas cuya existencia discurre apaciblemente con desahogo económico y psicológico.
Al fin y al cabo a la hija de Fernando VII, con sólo quince abriles, su papá se permitió pagarle un retrato por el que Federico de Madrazo cobró sin duda unos cuantos miles de reales. Probablemente su hija no sabía todavía que su progenitor era famoso por ahorcar y descuartizar a los héroes liberales en plaza pública.
Lo que si es una de esas paradojas de la historia del arte, es que los retratos de la viuda de Riego y de la hija de su verdugo se exponen para siempre a pocos metros uno de otro en un museo nacional.
¡Ah! ¡y a la niña no le falta, piadosa, una cruz de plata que cuelga de una cadenilla de oro en torno a su regio cuello!
Nicolasa Aragón tampoco tenía motivos para perder la calma, pues era la esposa del II Duque de Ahumada, el fundador de la Guardia Civil.
Así que el maestro Federico de Madrazo la pintó con ese aire de agradable seguridad que da el saber que tu marido va a crear al año siguiente la organización armada que mantendrá a los bandoleros lejos de tus cortijos.
Pero no es menos maestro Vicente López, que retrató a la esposa de un colega grabador y amigo y lo hizo con enorme simpatía. Estoy seguro de que esta señora era una lectora empedernida y, además, cocinaba de maravilla. Intuyo que merecía este magnífico retrato. Si no tuvo sobrinos yo no hubiera tenido inconveniente en adoptarla como tía.
Con mando en plaza
Acabaré con aquellas mujeres que a mi modo de ver (según lo que percibo en sus retratos) tenían lo que hay que tener y supieron mantener a raya a sus maridos.
Empezando por una que reinó en casa (bien lo sabía su consorte Francisco de Asís) y en la nación, y también se pudo pagar un retrato de Federico de Madrazo. Ya sabéis de quien hablo.
Yo sólo ofrezco el busto.
Y otro del mismo pintor.
En este caso, es el de la cuñada del hermano del poeta Gustavo Adolfo Bécquer. Por lo visto, a pesar de haber sido retratada por Madrazo, no aguantó las estrecheces de su marido,Valeriano, que era pintor y las pasaba igual de canutas que el poeta.
¡Oh, si su marido hubiese podido cobrar los derechos de reproducción del famoso retrato que pintó del poeta y que hemos conocido bien por aquel billete de cien pesetas en que Bécquer nos mira de soslayo!
El resultado fue que Winnefred plantó al marido y a los dos hijos y de ella nunca más se supo. Por el nombre se intuye que era inglesa y debía de tener su genio.
La verdad es que la siguiente efigie compensa la anterior, pues aunque su gesto es de mando, no hay en ella ojeras y en sus labios hay firmeza pero sin mohín ni reproche.
Esta mujer está bien plantada y satisfecha de sí misma.
Algo parecido podría decirse de la madrileña Bernarda de Albacete y Albert, que estuvo casada con el secretario de Isabel II y a quien su marido ofreció un magnífico retrato de Luis de Madrazo, de cuya hermana había enviudado antes de casarse con ella.
Niñas
Finalizamos con el retrato de dos menores. La primera lleva con orgullo infantil un medallón con las iniciales de su nombre
Su madre, Josefina de la Presilla era propietaria junto con su hermana de los terrenos de Puente de Vallecas y su padre, Pedro Bosch y Llanas, abogado y político catalán, de los de Pacífico, que parcelaron para la construcción de colonias de viviendas para obreros y empleados del ferrocarril. Ella era la primera de ocho hermanos del matrimonio. Una calle de Vallecas lleva su nombre (http://www.evaruth.hol.es/vallecas/fam_presilla.htm)
En cambio no hay una pista que nos aclare qué fue de la pequeña Dolores, cuyo retrato cierra esta serie,y si sus pendientes de coral la protegieron de las enfermedades de la época.
Lo que sí sabemos es que sus padres y su hermana también están retratados en el mismo museo. Así que suponemos que vivieron en una casa bien dotada de salones y de espejos.
Los que no están
Del servicio doméstico, de los empleados que se afanaban en torno a todas estas protagonistas y a sus familias no hay trazas en el museo. ¿Tuvieron sus sueños románticos también? ¿Vivieron pasiones dignas de algún poema de Bécquer? ¿Guardaron una flor seca en alguna novela de intrigas y de amores?
Seguramente que sí, pero no pudieron pagarse un retrato. Quizás en alguna de las piezas del museo, en algún plato de porcelana, en alguna de las estatuillas de bronce o de los lujosos relojes que se exhiben, en alguno de los muebles que lustraron o de los candelabros que abrillantaron resista aún alguna huella de las manos que servían a la mesa de esas románticas que hoy nos miran desde esas paredes.
Moraleja
No sé, no sé, pero más allá del arte y de la calidad de este museo, que tantas cosas nos revela sin necesidad de explicitarlas, me asalta una tentación, la de concluir esta primera crónica que le he dedicado parafraseando a Quevedo en el que quizás sea su más conocido poema (nada romántico por cierto):
Poderoso es el romanticismo del dinero