para mis amigos Angelica Törnqvist y Jesper Fahlnaes
Vistos junto a otros, me habían impresionado algunos de sus cuadros y, como modesto pintor que soy, experimenté esa corriente de simpatía que se produce ante aquellos artistas con cuya onda sintonizas.
Luego no había tenido la ocasión de fijarme más en sus pinturas. Ha sido la exposición antológica de la Galería Fahlnaes de Gotemburgo, dedicada en exclusiva a los óleos, pasteles y acuarelas de Mauritz Karström (1962-2005) y el libro que a su obra le dedicó su familia (Mauritz Karströms målningar, prefacio de Folke Edwards, Gotemburgo 2006), con testimonios de amigos y críticos de arte y reproducciones de su obra, los que me han llevado a sintonizar de nuevo y ampliamente con sus trabajos.
Los mejores pintores tienen siempre una proporción de obras muy logradas y otras que, no obstante su valor, nos parecen transiciones hacia los momentos de excelencia. En Mauritz Karström esta proporción es muy elevada.
Así dejó escrito su deseo:
Jag vill inte vara något annat än en pojke, en liten målarpojke i världen
No quiero ser otra cosa que un chaval, un chavalín que pinta en el mundo
(“Mauritz Karströms målningar”, pag.5)
Lo deslumbrante de su trayectoria, desde que era un niño en Åland, es que mantuvo su empeño y a los cuarenta y tres años se fue del mundo siendo eso, un chico que pintaba el mundo sin parar y que dejó innumerables amigos entre los que le conocieron, más los que ahora nos sentimos conmovidos por su obra.
Creo que es significativo que la última muestra de la Galería Fahlnaes antes de cambiar de local (pues se muda a un lugar más céntrico), haya estado consagrada a Mauritz Karström.
A mi modo de ver, sus pinturas, aunque en la estela de los Göteborgskoloristerna, representan un salto cualitativo en la osadía del color y de las formas. No en vano, el artista estudió en la Academia de Valand (1986-1991), que fue en cierto modo el crisol de aquellos pintores, pero dio rienda suelta a una vena expresionista exclusivamente suya.
Sus óleos cargados de materia y de color reflejan una forma de trabajar acelerada y un nervio que necesita deformar la realidad para mejor comunicar su forma de sentirla. Sin llegar a los extremos ópticos del ruso, las casas, coches y paisajes de Karström me recuerdan algunos visiones de Chaïm Soutine (1893-1943).
Y en particular el Convento de los Capuchinos de Céret que Soutine pintó durante su estancia en ese pueblo que, años antes, Picasso y Braque habían consagrado como santuario de pintores, a caballo entre los Pirineos y la costa del Languedoc-Rosellón. Me pregunto cómo hubiese sido la producción de Mauritz Kaström, si la vida le hubiese dado la oportunidad de pintar en las cercanías del Mediterráneo.
A la pintura contemporánea, con frecuencia, la devora su búsqueda de originalidad y una compulsión creativa que consume al artista en su fiebre por desvelar inciertos secretos que huyen -él con ellos- hacia la muerte.
Los individuos que pintaba Mauritz Karström, parece que hubiesen sido decorticados por el artista, en su empeño por revelar un dios menor que intuye tras la piel de los rostros. El resultado es la expresión de color y de sangre de unos marsias inmunes al dolor mientras son despellejados por Apolo.
Pero cuántos ecos del hieratismo y de las mirada impasible de otras obras de un pasado remoto en estos delincuentes (bovar) de Mauritz Karström.
Creo que hay algo del hierático misticismo de los frescos románicos en esas miradas vueltas hacia dentro, que “parecen no vernos pero lo registran todo”, como afirma de las fisionomías de Karström su amigo Manfred Soeder.
Otros ecos
Volviendo a tiempos más recientes, hay quien sitúa sus obras en la corriente expresionista de Oskar Kokotschka (1886-1980) o de Ivan Ivarsson (1900-1939), destacado colorista de Gotemburgo.
Su autorretrato de 1986, justo cuando empezaba sus estudios en la Escuela de Valand, es de factura académica y recuerda a un trabajo parecido de Johan Johansson (1879-1951) en el Museo de Bellas Artes de Gotemburgo.
El tratamiento de sus primeros paisajes, con ancha pincelada y colores tamizados por la luz de la costa oeste de Suecia, me recuerda los de otro colorista del Bohuslan, Folke Adriansson
También se aprecia en algunas de sus obras algo del estilo de Bengt Lindström (1925-2008) en fusión con la herencia del grupo CoBrA. Aunque, con todos los respetos, la pintura de Karström me parece más sincera que la del último Lindström. Podrán especular que a Mauritz no le dio tiempo a repetirse, como durante décadas hizo el famoso Bengt en su estudio de París, pero, por desgracia, el malogrado pintor ya no está ahí para seguir evolucionando.
Todas estas posibles influencias no explican sin embargo la obra de Mauritz Karström, quien, en su paso fulgurante e intenso por los espacios de la pintura y en quince años, obtuvo un lugar propio en el arte contemporáneo de Suecia.