En ruta
En julio me transporto a Suecia. La costumbre desde hace algunos años es hacerlo por tierra al volante de mi vieja furgoneta.
Este año, tras dejar Els Poblets y pasar por Puigcerdá, el túnel pirenaico del lado francés estaba en obras, así que hubo que hacer algunas curvas para atravesar por arriba en dirección de Toulouse.
A pesar del calor de esa segunda semana de julio, aún se veía nieve por las cumbres que dominan el Col de Puymorens, un puerto situado a 1995 metros sobre el nivel del mar.
Cuando ya caía la tarde y decaían las fuerzas no hubo otro remedio que hacer noche en el camping de Pré Lombard en Tarascon-sur-Ariège. Demasiado grande, ya que es uno de esos campings para pasar las vacaciones en roulote o bungalow y pagar por sus instalaciones y sus shows vespertinos. No es un lugar de calma, pero el paisaje es soberbio.
Tras dormir pasablemente gracias al ungüento antimosquitos, dejé el camping sin pena ni gloria para llegar en menos de dos horas a Toulouse.
TOULOUSE (I)
En Toulouse me espera la hospitalidad de un viejo compañero de estudios de filosofía en la Italia de finales de los años sesenta y de su esposa. No nos hemos visto desde entonces, así que hablaremos largo y tendido paseando por Toulouse como si el tiempo no hubiera pasado
¿Y quién mejor que un amigo historiador para resumir en una visita de dos días el espíritu y los largos siglos de vida de la “ciudad rosa”? Construida a base de ladrillo, el apodo le viene del color de este material.
Deambulamos el primer día por sus calles y admiramos sus balconadas.
En el Capitolio o Ayuntamiento
Los miembros del consejo de la ciudad, del llamado Capitolio, se denominaban en occitano, los capitouls.
Por cierto que las calles están rotuladas en esta lengua a caballo entre las lenguas romances de la península ibérica y las itálicas.
Las telas y frescos de las salas del Ayuntamiento son un interesante ejercicio de pedagogía histórica, a la manera de otros edificios oficiales en Francia. En la sala de los Ilustres y en la gran nave donde se celebran los matrimonios civiles, campa la narración de la vida y la historia de Toulouse pintada por artistas de la ciudad.
El enorme fresco central alude a la trágica epopeya de los cátaros y de cómo el intolerante Simón de Monfort no vivió para seguir gozando con las masacres que incitaba (“¡matadlos a todos Dios reconocerá a los suyos!”). Su muerte frente a los muros de Toulouse preside simbólica el fresco bajo el cual se administra el matrimonio republicano.
No se sabe si las parejas llegan a distinguir la sangrienta escena. En cierto modo, la sangre del cruel guerrero, simbolizado por un león al que una lanza atraviesa, sigue cayendo desde las alturas de la sala. En realidad se cuenta que murió golpeado por un pedrusco que le lanzó una aguerrida defensora desde los muros de la ciudad.
De todos modos también se puede disfrutar de las estampas idílicas y decimonónicas de la vida de la ciudad y de su campiña o contemplar a “La bella Paula”, que según se cuenta, atraía a multitud de admiradores bajo su balcón cada vez que se asomaba. El artista que la ha inmortalizado en el Capitolio de Toulouse se ha basado a mi juicio en las figuras femeninas de Vermeer, aunque con acierto, dignidad y saber hacer.
Algunas de las escenas hacen pensar en aquel socialismo utópico del siglo XIX, el de unos obreros honestos y morigerados que disfrutan con los placeres sencillos y bien ganados, como puede ser el paseo junto al río de la modesta pareja endomingada.
No olvidemos que Toulouse es la patria de Jean Jaurés, el vigoroso tribuno y defensor de las clases populares. Su busto recibe a los visitantes del Ayuntamiento desde las escalinatas de la entrada.
Y cuando subimos nos sorprende un inmenso fresco que representa las tradicionales y antiguas justas poéticas de la ciudad, en este caso las de 1324. Algo así como una alegoría de la creación literaria al alcance de todos o el pueblo como poeta excelso (un poco al modo de las ideas al respecto de George Sand)
Esa tradición se continúa de algún modo con el “maratón de las palabras” que se celebra todos los años en Toulouse.
Les Jacobins y la tumba del Tomismo
En la iglesia del convento de los “jacobins”, es decir los dominicos (denominación tardía por tener su iglesia en París en la rue Saint Jacques) entramos atraídos por la urna que contiene los restos de Tomás de Aquino, el filósofo y teólogo que aclimató el aristotelismo dentro del pensamiento cristiano.
Cuando has tenido que aprobar la Epistemología o la Filosofía Medieval a base de entender a Aristóteles y a Santo Tomás, la tumba del “buey de Aquino” no te deja indiferente.
Están situados bajo un altar lateral, no lejos de la gigantesca columna semejante a una altísima palmera que sostiene con sus nervaduras una parte considerable de esta singular iglesia gótica construida en ladrillo.
En la basílica de Saint Sernin los santos tienen ojeras
Saint Sernin me recuerda una canción que nos enseñaron de pequeños:
San Serenín del monte,
San Serenín cortés,
yo como soy cristiano,
yo me arrodillaré.
… etc.
Bueno, supongo que se trata del mismo San Serenín, dicho en castellano.El caso es que tiene una campanario soberbio que se divisa desde muchas calles de Toulouse.
Yo como soy santo…
Pero lo que ha llamado mi atención en esta iglesia, pues tengo debilidad por las fisionomías, es que el artista que parece haber modelado todas las esculturas de santos y santas que flanquean el lado derecho de la nave no concibe la santidad sin las ojeras.
No sé si será por lo ayunos, las visiones o la presciencia de un futuro martirio o de las privaciones que han de conducir a la canonización. En el caso del santo con una víscera sagrada en la mano hay algo más, aunque no consigo precisarlo y me da cierta grima.
Todos los bustos están además acompañados por un cartel biográfico de cada uno de ellos. La verdad es que San Febado da un poco de miedo con ese martillo de aplastar herejías y su fisionomía cejijunta.
Pero la mirada de San Gregorio es la más ojerosa de todas, no sabemos si a causa del relicario que le han injertado en el pecho. Si tuviese manos como San Febado se lo podría ajustar o rascarse un poco, pero así como está, no es raro que tenga cara de estar bien incómodo.
Nos dicen que la cripta contiene una de las colecciones de reliquias más nutridas de Europa, pero lo dejamos para otro viaje.
Dos fachadas con historia
Ya por la tarde me llaman la atención dos fachadas, aunque en el caso de la primera es mi amigo Rodolfo quien me lleva expresamente a descubrirla.
Es la de la casa de Jean Calas, aquel hugonote ejecutado en toda injusticia en un proceso amañado, fruto de la intolerancia, por cuya rehabilitación póstuma luchó Voltaire, a quien su caso inspiró el Tratado sobre la Tolerancia.
La otra es la fachada del edificio art Decó de la sede de la Confederación General de los Trabajadores (CGT).
Está ornada con una serie de altorrelieves alusivos al mundo del trabajo.
Final del primer día
Cuando ya los pies me pesaban, terminamos nuestro primer día de paseo por Toulouse junto al Pont Neuf, diseñado especialmente para domeñar las crecidas del Garona.
La imagen está tomada desde los parapetos delante de la Escuela de Bellas Artes, donde no obstante estar ornada con los nombres del arte francés más ortodoxo, triunfa me dicen la mímesis del llamado arte conceptual.
En este caso, las bromas del duchampismo y sus seguidores seguirían también alimentando aquí la creencia de que lo importante es tener una idea aunque su transformación concreta en la obra de arte sea irrisoria. Esperemos que no sea así.
En cualquier caso, termino el primer día confiando en que, al día siguiente, la visita al museo de Les Agustins me compense de esta sospecha.