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La luz de la mañana
Para sacar todo el partido posible de la Mañana, pienso que conviene tomar ese momento entre la primavera y el verano, es decir al comienzo de junio; cuando el sol ya tiene durante el día suficiente fuerza para caldear la Naturaleza y hacer que los habitantes de la tierra experimenten el deseo de una hermosa mañanita y de mejor sentir su frescura.
Cabe distinguir varios instantes interesantes en esta parte del día. El primero es cuando la Aurora ríe al salir de los brazos de su viejo esposo, disemina perlas y flores sobre la superficie de la tierra y despliega en la atmósfera ese ropaje suyo que brilla con todos los colores del iris.
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Pierre Henri de Valenciennes, Réflexions et conseils à un Élève sur la Peinture et particulièrement sur le genre du Paysage, La Rochelle, Rumeur des Ages, 2005, pp. 43-44 (la traducción es mía)
La exposición de Juan Carlos Savater, de la que ya tratábamos el 2 de febrero, demuestra que el arte de los pintores paisajistas europeos del pasado como, por ejemplo, Claude Lorrain, Pierre-Henri de Valenciennes o Jan Frans van Bloemen tiene hoy en día un excelente renovador en España. Y cuando digo renovador pienso que, por la sobriedad, la luminosidad y la complejidad (aparentemente sencilla) de sus cuadros, se puede hablar de un perfeccionamiento de la tradición; pues, en efecto, el artista excogita e incorpora sabiamente a su obra los progresos que el arte pictórico, sus técnicas y materiales han conseguido desde el Barroco hasta nuestros días.
En cuanto al detalle de unos de los cuadros expuestos que abre esta segunda parte de mi crónica, quizás se preguntarán por qué la montaña parece alumbrada desde el oeste por el sol de la mañana en lugar de por el este, como correspondería al amanecer en donde vive y pinta Savater. En realidad a la imagen de esa cumbre (que al observador habituado a la sierra de Guadarrama le evocará la Maliciosa) he osado darle la vuelta, como girando el talismán.
De hecho podemos comprobar que en el cuadro aparece en la parte inferior, de modo que nuestro pintor ha plasmado el momento en que la riante Aurore deja los brazos de su viejo esposo el Sol, para alumbrar desde un este ideal ese micro-planeta de montañas, praderas, roquedales y arboledas y arroparlo con ese ropaje suyo que brilla con todos los colores del iris.
Y que me perdone Juan Carlos Savater, pues, aun sabiendo que él no reproduce montañas sino que las sueña, la gran roca de su cuadro, que ilumina el amanecer, a mí me evoca el Yelmo de la Pedriza de nuestra querida sierra madrileña.
En realidad las obras de Savater pueden entenderse desde la perspectiva de su particular gramática de la pintura, pues esa manera suya conlleva algo parecido a lo que Michel Collot escribe sobre la semántica del paisaje en los poetas franceses que han renovado la forma de reflejarlo, en particular en los poemas en prosa de René Char :
Su poder de evocación es tal que sustrae el momento a la esfera de lo privado y del pasado, para hacerlo revivir y comunicarnos su emoción.
COLLOT, p. 259 (la traducción es mía)
En los cuadros de esta exposición ocurre algo parecido : quienes hemos caminado por estas serraníaas a cuyos pies vive nuestro pintor, en realidad ya no vemos en ellos lo que vimos, pues el paisaje se sustrae a nuestras experiencias anteriores, se libera de sus referentes y revive, híbrido y transfigurado, recreando emociones bajo una luz nueva. Añadiré que la luz de los cuadros de Savater remite con justicia a un adagio horaciano: Ut pictura poesis
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El simbolismo del detalle
Vengamos ahora a los detalles. ¿Qué decir de los simbolismos que, como quien no quiere la cosa, pueblan sus paisajes?
Puesto que estamos en el cuadro que ha titulado Talismán, observemos el símbolo central de este microcosmos, el ombligo de ese pequeño planeta que flota en el espacio : es el pelado esqueleto de un cánido en el mismísimo centro de un herbazal en el que hay como una ventolera o energía que desde el fósil irradia ondulaciones que parecen agostar el verde campo.
Evoca a mi modo de ver el final de todo lo que algún día ha vivido a la luz del sol, el parto que de muerte acaba gestando toda tierra. Esta imagen es un talismán por cuanto constituye un memento mori que nos defiende de la vanidad de los excesos de la exultación, como si la naturaleza parafrasease otro adagio exclamando ; ¡ parieron los sembrados y nació un fósil !
Es sabido que en culturas tradicionales era frecuente considerar amuletos o talismanes a piezas óseas. No recuerdo si el inconsciente colectivo del que hablaba Jung se manifestaba, además de por mitos y leyendas que se repiten en latitudes y tiempos distantes, en amuletos concebidos también de modo parecido por culturas lejanas unas de otras. ¿Se manifestará también en los talismanes que sueñan los pintores?
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A propósito de este detalle me voy a permitir un paréntesis, para evocar algo que me temo ya no se practica en la mayoría de las facultades de Bellas Artes y que los que cursaron esos estudios hace años aprendieron : el dibujo de la anatomía de los animales en el contexto de la asignatura de Anatomía Artística, que en mi caso cursé no en España (donde no formaba parte del plan de estudios) sino en mi año de estudiante erasmus en Roma.
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Pero volvamos a nuestro pintor, a algo que tradicionalmente ha simbolizado la vida y su alegría.
El canto del pájaro silvestre
que da título a un cuadro en el que también se descubre otro motivo cargado de simbolismo : un puente
Los puentes evocan el tránsito de un territorio a otro, en sentido no sólo geográfico sino también vital.
Lo cual me lleva a otra tabla de la exposición que, teniendo en cuenta, las trashumancias plásticas de Juan Carlos Savater (a lo largo de más de cuarenta años como pintor) me hace pensar que podría estar anunciando el inicio de una nueva fase en su obra.
¿Hacia donde marchan estos peregrinos? ¿Va el pintor entre ellos? ¿Es él quien les guía?
Difícil descifrarlo, así que pidiéndole disculpas por asociarle de nuevo a imágenes de un pasado remoto, he de decir que su procesión me evoca otra.
Es cierto que la comitiva de Bellini progresa en ambiente urbano y en un contexto milagroso, pero es que también hay una atmósfera de milagro en los ámbitos que crea el pincel de Savater, que me recuerdan a algunos pintores de los siglos XV y XVI, como ya comenté hace dos semanas.
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Ya no sé cómo excusarme, pero es que, de un veneciano a otro y sin poder evitarlo, las asociaciones se me aparecen de nuevo.
Tanto Tintoretto como Savater retratan aquí a dos mujeres vestidas de colores complementarios. Ambas escenas bíblicas se asemejan también por situarse en un paisaje. En el cuadro del primero María es ayudada por su prima Isabel a incorporarse. En el segundo se trata de una suave pugna femenina en la que las dos jóvenes simbolizan la lucha de Jacob con el Ángel.
En el silencioso duelo de las dos hermanas (pues ellas lo son), presente en seis de las tablas expuestas, rastrea Juan José Calaza la temática prerrafaelita, pero subraya lo siguiente:
Sin embargo, mientras que en las composiciones inglesas domina el ilusionismo virtuoso, minucioso y falso de un bucolismo incontaminado, en Juan Carlos asistimos al derrumbamiento de un mundo y a la tensión del combate entre lo bueno y lo perfecto. Savater, preservando el contexto de fondo de los prerrafaelitas, renuncia a trampear con la imagen engañosa bien sea por medio de añosas ruinas que hablan del fracaso de la Historia y el intrínseco desamparo del ser humano o del combate cainita de la especie, antiguo símbolo bíblico que aún habita entre nosotros, reflejado en la lucha entre dos hermanas, por supuesto gemelas como el bien y el mal.
CALAZA, en ABC, 22 de enero 2020
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Podría incluso remontarme a anteriores exposiciones de nuestro pintor donde abundaban los símbolos, pero sigamos en ésta con una obra, simbólica hasta en su título.
Jacob lucha con un ser misterioso, que se supone es un ángel, y logra vencerle. Acto seguido éste le cambia su nombre por el de Israel (Gen., 32,29). En realidad se hayan a las puertas de las tierras feraces de Canaan.
El fondo rocoso y desértico que precede a la entrada de Jacob en este nuevo Edén es muy similar al de un pequeño cuadro de la exposición que no aparece en el catálogo de la misma y que (como su gemelo que reproduje aquí el pasado día dos) se titula desierto
Ambos parecen de algún modo bocetos preparatorios del fondo de sus “Puertas del Edén”, en que hay otro símbolo bajo el que ambas combatientes forcejean : un árbol con dos troncos -¿el del bien y el del mal?- uno sano y el otro quebrado.
Hay otros simbolismos, los de las flores a las puertas de Canaan. Una gran orquídea domina la derecha del cuadro, se abraza a un tronco del que surge una rama rota. Se suele decir que esta flor, cuando se viste de amarillo, simboliza el erotismo en el amor.
Y a la izquierda florece la jara de la sierra de Guadarrama, abundante en primavera en los senderos cercanos al pueblo donde tiene su estudio el pintor. ¿Es pues su edén ese espacio, propicio al trabajo arduo y gratificante y a la ensoñación creadora?
Al fin y al cabo también en la zona también abundan los conejos, ¿símbolos de actividad incansable, de fertilidad vital, de las idas y venidas de la idea?
Aunque a veces el gazapillo podría sucumbir hipnotizado por las tentaciones de la serpiente bíblica que acecha en todo paraíso, aunque en muchas culturas represente la regeneración universal.
Un herbazal cuajado de flores silvestres blancas, como notas musicales que remiten a las recónditas armonías que a toda obra creativa escoltan y a la libertad de lo espontáneo.
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En la sierra tutelar del pintor encontramos otra dualidad simbólica : las piñas que pueden albergar o no piñones y los cardos, que aparentan estrellas pero hieren a quien ose tocarlos.
Juan Carlos Savater. “Manantial, óleo sobre madera” 2019. Foto R.Puig
¿Qué nos deparará Juan Carlos Savater en sus futuros cuadros? ¿Parajes edénicos? ¿Ensoñaciones de Guadarrama? ¿Retornará al Monte Athos? ¿Se adentrará por los desiertos de la Tebaida? Por si acaso, llenemos nuestra cantimplora con el agua fresca de su manantial.
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Por mi parte me despido recordando algo que me parece apropiado:
En el paisaje parecen coincidir todos los componentes subjetivos de un co-nacimiento con el mundo que el conocimiento moderno del universo no podía ya asumir: sensaciones, percepciones, impresiones e incluso afecciones, emociones e imaginaciones. Porque, a pesar del primado que la tradición occidental confiere a la vista, el paisaje no se puede reducir a un puro espectáculo. Se ofrece igualmente a los otros sentidos y concierne al sujeto todo entero, cuerpo y alma. No se da sólo a ver, sino a sentir y resentir. En él la distancia se mide por el oído y el olfato, por la intensidad de los ruidos y por la circulación de las corrientes del aire y sus efluvios; la proximidad se experimenta por la calidad táctil de un contorno, por la tonalidad de una luz, por el sabor de una coloración.
COLLOT, pp.13-14. (la traducción es mía)
Referencias :
Calaza, Juan José R., Juan Carlos Savater: misterio, permanencia y respeto. El pintor exhibe, hasta el 6 de marzo, «12 amaneceres» en la galería Leandro Navarro de Madrid, ABC Cultura, 22 enero 2020,
Collot, Michel, Paysage et poésie du romantisme à nos jours, Paris, José Corti, 2005, 335 páginas.
Galería Leandro Navarro, Madrid. Exposición Doce amaneceres,16 de enero a 6 de marzo de 2020.
Pierre Henri de Valenciennes Réflexions et conseils à un Élève sur la Peinture et particulièrement sur le genre du Paysage, La Rochelle, Rumeur des Ages, 2005,146 pages