Después de haber pasado por la de Fontenay, la visita a la Abadía de Fontefroide, como quien dice a dos pasos de Narbona, en la comarca del Narbonaisse méditerranée, suscita una sensación de bis repetita , aunque no necesariamente en el sentido horaciano de que las cosas cuando repetidas dos veces han de gustar más.
Historias
La disposición de lo que queda de la fundación cisterciense en el siglo XII, siguiendo la tradición del Cister, es muy similar, pero la intensa explotación comercial y los añadidos y re-decoraciones de los sucesivos propietarios, que hoy son prósperos viticultores, te obligan a un esfuerzo de abstracción, si es que quieres remontarte un poco a los tiempos en que este lugar era un centro de cultura medieval, con todas sus luces y sus sombras (de aquí partió la guerra a muerte contra los albigenses), donde, beneficiarios de donaciones señoriales, los monjes contemplaban, cantaban y oraban y los “conversos”, es decir los hermanos legos, laboraban. Naturalmente también tenían su propio refectorio para recobrar fuerzas.
Contrariamente a Fontenay, donde las intervenciones han sido exquisitamente respetuosas de los orígenes, en Fontefroide, la vena artística de Gustave Fayet, apoyado por su esposa Madeleine, no siempre, a mi modo de ver, ha sabido refrenarse en su trabajo de re-creación, aunque esa familia tuvo el mérito de comprar la abadía en 1908, salvándola del abandono. Hoy la gestiona una sociedad con 45 co-propietarios, muchos de ellos descendientes de aquellos tatarabuelos. El centro es un lugar de animaciones y eventos, lo que, entre otras cosas incluye turismo de negocios, fines de semana temáticos, festivales y conciertos, viticultura, enoturismo, gastronomía y catering. Y, viticultura obliga, del motivo de los pámpanos se abusa por sus rincones.
Sea como sea, me han parecido muy atractivos los collages de Richard Burgsthal (1884 – 1944) compuestos con los restos de vitrales destruidos o hechos añicos durante los bombardeos de la I Guerra Mundial en el norte de Francia.
Este trabajo permite observar de cerca lo que en los vitrales de los templos medievales no podemos observar sin recurrir a unos prismáticos. Mi modesta opinión es que las cimas del expresionismo pictórico del sigo XX ya habían sido anticipadas por los anónimos ilustradores de las vidrieras del románico y del gótico, durante aquellos que injustamente se dieron en llamar los “siglos oscuros”.
En los ventanales de la iglesia abacial (aquí ya es necesario el teleobjetivo) se puede apreciar como aquel artista de las vidrieras reflejaba la herencia del expresionismo medieval, no sólo en sus collages de antiguos fragmentos anónimos, sino también en sus propios vitrales modernistas.
La raíz medieval que se aprecia en los pintores modernistas puede también descubrirse en la escultura de un coetáneo sueco de Burgsthal (aunque veinte años más longevo) del que hemos hablado en este blog. Me refiero a Carl Milles y a su expresionismo gótico.
En definitiva, en los dominios del Arte también caminamos “asentados sobre espaldas de gigantes”, aunque muchos de ellos sean hoy completamente anónimos.
Las capillas laterales de la iglesia abacial nos deparan también algunas sorpresas, por ejemplo el recuerdo del monseñor español y catalán Antonio María Claret (1807 – 1870) que escapó de España para refugiarse y morir pocos meses después en la abadía, no por incitar a la creación de una república sino por todo lo contrario, ya que fue acusado de excesivo apego e influencia como confesor de la reina Isabel II (1830 – 1904).
No soy yo quien para juzgar si este santo varón tuvo algunas dotes de rasputín cortesano. El caso es que, cuando la revolución encabezada por el General Prim (1814 – 1870) destronó a la reina, él la siguió camino del exilio en Francia.
Así que no sólo los monjes cistercienses meditaron sobre los novísimos por estos claustros
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Agua
El agua es otra protagonista de esta abadía de la Fuentefría. Gracias a la abundancia de la misma se fundó y aún sigue manando por sus jardines
Allá por el siglo XVII alguien instaló un apático Neptuno en medio de las frondosas terrazas que dominan la abadía.
No muy lejos, un bloguero fatigado se tomaba un respiro
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Paisajes
En las cercanías de la abadía hay parajes de serena belleza. El camping casi vacío donde pernocté antes de visitarla, me ofreció, a pocos kilómetros de distancia, este atardecer (la foto está tomada desde el borde mismo de mi parcela).
De todas formas yo no puedo competir con el magnífico reportaje gráfico de un entusiasta del departamento del Aude que pueden admirar aquí.
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Detalles
Acabaré destacando algunos particulares junto a los que pasaban los turistas sin prestarles mayor atención, como es el caso de una de las puertas románicas originales hoy en desuso
o, muy cerca, un conmovedor San Roque, uno de los más famosos personajes del Languedoc, cuyo perro, no se sabe cuándo, alguien descabezó y de cuya leyenda hay exhaustiva información aquí
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Peregrino como él, tras hacer provisión de algunas botellas del vino abacial (supongo que benditas), me alejo en mi carro camino de Barcelona (aunque mi diosa no me acompañaba, pues prefiere el avión)…
No sin antes, das gracias a Dios y manifestar mi aprecio de la tolerancia de San Benito…
Aunque leemos que el vino de ninguna manera es propio de los monjes, como en nuestros días es imposible persuadirles de ello, convengamos al menos en no beber hasta la saciedad sino con moderación, porque el vino hace apostatar hasta a los sabios.
Regla de San Benito, 40, 6-7: “De la ración de bebida”