El viernes 28 de julio, por la mañana, estaba yo en la catedral de Troyes y, ahora sí, con la luz del día puedo observar las vidrieras una por una con mi catalejo. Es un decir, pues de haberlo hecho en serio hubiera debido colgarme bien alto de un andamio para observar las del coro y los rosetones, las de las alturas de la nave y las de los transeptos.
Sea usted o no creyente, emociones parecidas a las de estas maravillosas narrativas ejecutadas por los maestros medievales del vitral sólo las he sentido hace ya años en la catedral de Chartres. El color de los esmaltes se funde con el vidrio, de modo tal que la transparencia se conserva entre los infinitos matices de estos dibujos de gran delicadeza, ingenuidad y movimiento. Todos los mitos y leyendas que han sustentado a los pueblos europeos durante dos mil años están ahí con sus sueños y sus consuelos, pero también con sus dramas, a los que casi exclusivamente el milagro y el poder de Dios y de sus santos podía prometer cura.
Todo encajado en un prodigio de filigranas de piedra y plomo. Si es de admirar el trabajo de los maestros vidrieros, no lo es menos el de los canteros y albañiles, que lo hicieron posible, allá en lo alto de esas estructuras milagrosas con las que estas narraciones se ensamblan.
Por ejemplo, toda la leyenda de San Nicolás en un solo cuadro. Los tres adolescentes que habían sido asesinados y convertidos en butifarras por el malvado charcutero son resucitados completamente recompuestos por el santo, quien casualmente pasaba por el pueblo.
Los inocentes que mató Herodes no tuvieron la misma fortuna, aunque, en compensación, por su martirio accedieron a la santidad, sin ni siquiera necesitar el bautismo. Los que sí se salvaron fueron los Reyes Magos, gracias a que el ángel les advirtió que debían volver a su tierra por otro camino.
Una de las presentaciones plásticas menos corrientes en la iconografía de la vidriera europea es la que representa un pasaje de Isaías 63, 3: “Yo solo he pisado el lagar”, pero sobre todo el de la palabra de Jesús: “Yo soy la vid y vosotros los sarmientos” (Juan, 15,15).
La alegoría de Cristo en el lagar (torculus Christi), como origen de la sangre/savia del cuerpo místico y motivo eucarístico, se representa como una cepa que nace de sus costado y de la que surgen los sarmientos, sus discípulos, destinados a producir frutos de santidad.
Es una vidriera de un extremo virtuosismo, ejecutada por Linard Gonthier en 1625. En ella hay un aspecto genesíaco, la vid y sus sarmientos, similar a la otra alegoría, la del árbol de Jesé, es decir el árbol genealógico de Jesús, que, transmitido de una forma u otra por los evangelistas, le presenta como descendiente en línea directa del padre de David, mediante un árbol que brota de su “vara” (en latín virga).
Hay dos vitrales con esta alegoría en la catedral de Troyes. He reproducido aquí el más accesible, el de la capilla de Juana de Arco. Los paneles más antiguos son del siglo XIII:
los de la Virgen y Cristo
y los de David y Salomón
Por hoy nos despedimos de la catedral. Al salir por la calle lateral, pasamos bajo sus inquietantes gárgolas y, de algún modo, intuimos los mensajes dramáticos y los secretos sentimientos de aquellos anónimos artesanos que las esculpieron.
¿Se desquitaban así de su duro combate con la piedra? Trabajar en la construcción de una catedral podía abarcar la vida entera de un artesano cantero y tallador de piedra.
…
Dejamos la catedral pero no abandonamos el color y sus emociones. En Troyes me rencontré con Auguste Renoir.
“Un otro Renoir” como rezaba el lema de la exposición,
Lo dejaremos para otro domingo…