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El ángel con la corona de espinas. Ménsula del refectorio del monasterio de Fontevraud. Foto R.Puig
El monasterio de Fontevraud, o mejor dicho el conjunto de varios monasterios, lo fundó en tiempos de la primera Cruzada un predicador bretón que propugnaba cenobios mixtos con monjas y monjes, en los que se combatía la llamada de la carne con estrictas penitencias y mortificaciones: la ascésis del “syneisaktismo” (algo así como “dirigirse juntos”, del griego syn-eisago) de la tradición eremítica oriental, con la que se tenían a raya las tentaciones del sexo. Se llamaba Robert d’Arbrissel (ca.1045 – 1115). El nombre del monasterio deriva de la “fontaine d’Evraud” que sigue manando por los túneles del subsuelo de este complejo abacial.
Tras una serie de avatares y de no pocos conflictos con los obispos y gracias a algunos patronazgos poderosos, Robert logró consolidar su fórmula de comunidades monásticas de hombres y mujeres (más o menos separadas en edificios diversos y cercanos). Pero estableció que la Abadesa sería siempre una mujer. La primera se llamaba Pétronille de Chemillé. Las comunidades fontevristas se extendieron rápidamente por el Oeste de Europa, en especial en Francia, España e Inglaterra, amparadas por la nobleza. La de Fontevraud, la central de todas, está situada cerca de la orilla izquierda del Loira entre Saumur y Chinon, y es el complejo abacial más grande de Francia.
Hasta los ingleses vienen de excursión a ver las estatuas yacentes de algunos Plantagenet que reinaban por esta región cuando Fontevraud se consolidaba. Claro, que lo que son sus restos, tras los innumerables trasiegos de la historia, no están ya bajo esas piedras, pero al parecer hace siglos sí estuvieron ahí. Por de pronto, Ricardo Corazón de León tiene su tumba verdadera en la catedral de Rouen.
En primer lugar, los regios padres de dos hermanos rivales que forman parte del imaginario adolescente de mi generación…
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Enrique II de Inglaterra (+1189) y la Reina Leonor de Aquitania (+1204). Foto R.Puig
Ricardo Corazón de León pudo estar temporalmente enterrado bajo esta efigie, acompañado años más tarde por su cuñada, la esposa de Juan sin Tierra, aquel malo de las películas de Robin Hood y de aquellas aventuras que leímos. Pero el héroe, si ahora parece tranquilo y sereno, en vida fue más bien violento y dado a incordiar a todo el mundo.
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Ricardo Corazòn de León (+1199) y la esposa de Juan sin Tierra Isabel de Angulema (+1246). Foto R.Puig
El monasterio y sus edificios ancilares ha pasado por innumerables transformaciones durante siete siglos de vida monástica bajo reglas ascéticas, hasta una progresiva relajación que culmina en el siglo XVI, cuando, tras doscientos años de guerras y hambrunas, va cayendo bajo el ala protectora e interesada denlos Borbones y Luis XIV establece como abadesa a una princesa de veinte años.
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Marie-Gabrielle de Rochechouart abadesa de Fontevraud nombrada por Luis XIV en 1670
Fue abadesa durante treinta años y convirtió el lugar en una corte confortable y animada por artistas y músicos, con palacio abacial y cuidados jardines y hospederías. Se seguía así la costumbre de colocar a la cabeza del monasterio a damas de la aristocracia y la realeza. De este modo los reyes podían confiar al cuidado de la abadesa, para su instrucción, a las hijas que tenían de sus favoritas. Así hizo Luis XIV, como antes lo habían hecho los Plantagenet y los Valois. Su sucesor, Luis XV, mandó a Fontevraud a cuatro hijas muy pequeñas, una de las cuales moriría ahí.
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Fontevraud. Claustro de la abadía.Foto R.Puig
Además de las doscientas monjas que podía albergar el sitio, había entre ochenta y cien servidores. Todo el complejo se mantenía con las rentas de sus propiedades y las pensiones reales.
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La Regla de la Orden de Fontevraud en 1642
La severidad de la Regla era para las monjas de más modesta extracción y el refinamiento espiritual y mundano para las de origen noble.
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Fontevraud. Torre románica de las cocinas. Foto R.Puig
Por las enormes dimensiones del refectorio y de la torre que cobijaba las cocinas adyacentes, equipada con una imponente salida de humos, donde al parecer se ahumaban también carnes y cecinas, se adquiere una imagen de las dimensiones que alcanzó aquella industria monástica.
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La Abadía de Fontevraud. Patio de San Benito y complejo de las enfermerías Foto R.Puig
Fontevraud es sencillamente enorme, aunque, siguiendo la tradición de los edificios turísticos franceses, encontrar unas toilettes pone a prueba tus habilidades de explorador y exige caminar en su busca centenares de metros
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La Abadía de Fontevraud (del folleto oficial)
Es un enorme centro de atracción turística, en el que el interés por vulgarizar su historia para los doscientos mil visitantes que llegan cada año lo ha convertido en un parque temático donde, por ejemplo, en el subsuelo, bajo el altar y el ábside, te explican los restos del primer templo con una serie de videotops protagonizados por alegres esqueletos que se mueven sobre un fondo negro.
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La Abadía de Fontevraud. Altar y ábside. Foto R.Puig
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La Abadía de Fontevraud. Acceso de visitantes. Foto R.Puig
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Y llegaron la Revolución, Napoleón y la Restauración
La Revolución Francesa lo desmanteló y expulsó a los monjes del monasterio masculino cercano y un poco más tarde a las monjas del Gran Monasterio. A los Plantagenet yacentes se les movió de acá para allá. A pesar del abandono y los pillajes, se salvaron algunos elementos valiosos, como el retablo del altar que se llevó a la parroquia de San Miguel, cercana y más antigua que el propio monasterio.
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Fontevraud. La iglesia de San Miguel. Foto R.Puig
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Fontevraud. La iglesia de San Miguel. Foto R.Puig
En 1804 Napoleón Bonaparte decidió convertir a esta abadía en una cárcel, como hizo con las de Mont Saimt-Michel y Clairvaux. Comenzaba así la historia de la Abadía de Fontevraud como prisión mediante una radical intervención arquitectónica, que terminó en 1814 cuando llegaron a ella los primeros sescientos condenados de ambos sexos. Se consideraba la más dura de Francia y estuvo operativa hasta 1963.
Así que, en realidad, se empezó a utilizar con la Restauración monárquica y durante el Segundo Imperio, cuando por motivos políticos o de represión se te podía encerrar ahí, condenado a trabajos forzados junto a los más peligrosos criminales de derecho común.
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Inscripción de un preso en el muro de Fontevraud
Un tal Piron declaraba en el muro de su celda en 1817: “Piron ha cumplido 218 días por expresiones sediciosas” “Sólo queda tener buen corazón y no sorprenderse de nada”
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Representación aérea de la abadía de Fontevraud en su época de prisión. Foto R.Puig
La mayor parte de la historia opresiva de este centro transcurrió bajo ministros de Justicia e Interior franceses, con el intermedio de 1940 a 1944 al servicio de la ocupación. Con el apoyo del gobierno de Vichy, los nazis se la encontraron lista para el encarcelamiento y la tortura de los resistentes, y su deportación a campos de concentración o su ejecución. Acabada la guerra siguió a pleno rendimiento hasta que fue disminuyendo el número de presos y se cerró en 1963. La rehabilitación empezó durante sus últimos años como cárcel y fue una tarea de gran complejidad. No todos los desaguisados pudieron corregirse, como se comprueba aún en los restos de estucado que cubren las ménsulas del refectorio y otros relieves.
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La Abadía de Fontevraud. Placa recuerdo prisioneros de los nazis.
Curiosamente, en su orientación recreativa este “Centro Cultural del Oeste”, como se le llama, ofrece al público infantil un recorrido por el itinerario de la más famosa evasión que el centro ha vivido durante su época como prisión. Fue en 1955 cuando Roger Dekker y Gustave Merlin, junto con “el carnicero de Nancy”, George Damen, se escaparon una tarde. El entretenimiento podría tener su gracia, si no fuese por que los dos primeros acabaron fritos a tiros por los gendarmes en un campo de trigo, aparentemente en situación de indefensión, no muy lejos en Saint-Maure de Touraine, una villa conocida comomcentro de peregrinaje, por la que pasé hace dos años.
El tercero se cayó del muro en la escapada y volvió a la cárcel, tras un breve paso por el hospital en el que atendieron sus contusiones. El el camino de vuelta a la prisión los guardias le rompieron una pierna y otros huesos. Se da el caso de que uno de los motivos por los que había sido condenado, es porque en su carnicería de Nancy transformó en embutidos (sic) a unos cuantos ocupantes alemanes a los que había previamente asesinado. Su foto apareció en los periódicos.
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Fontevraud. La triple evasión en la prensa local de la época.
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La Abadía de Fontevraud. Escaleras carcelarias. Foto R.Puig
En resumidas cuentas, si quieren visitar una abadía para impregnarse de su historia, para respirar algo del sosiego que muchas de las que quedan en Europa transmiten y, sobre todo, si aspiran a que todavía algunos monjes estén entonando sus cantos gregorianos en su recinto, no elijan Fontevraud. Y si sucumben a la tentación de visitar este parque temático, siéntense antes un rato en un banco de la pequeña iglesia de San Miguel que antecede a la entrada, para eso no hay que pagar billete, y descansen del viaje.
A la salida, puede que el gato indolente que no sedignó mirarme les mire a ustedes pasar, aunque con monástica indiferencia
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Un vecino de Fontevraud junto al nártex de San Miguel. Foto R.Puig
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Fontevraud. Nártex externo de la iglesia de San Miguel. Foto R.Puig
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Algunos documentos audiovisuales sobre Fontevraud:
En cuatro minutos una presentación de la historia arquitectónica de Fontevraud
Sobre la trágica evasión de la prisión de Fontevraud en 1955
Visitando rincones no accesibles al público del monasterio de Fontevraud
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La visita a Fontevraud fue la última en Francia. La noche la pasé en el “camping des Trois Rivières” en Vivonne, al sur de Poitiers. Con la imagen del amanecer del seis de setiembre , en ese último camping ya casi desierto, termino estas crónicas veraniegas.
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Amanece en el camping municipal de Vivonne. Foto R.Puig
Eran las siete de la mañana cuando puse la directa para llegar a dormir en Cubas de la Sagra, al sur de Madrid. Tras poco más de novecientos kilómetros, pasando mucho calor, llegué casi a medianoche al hospedaje familiar.
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