Hay muchas cosas inexplicables, pero cantando el propio himno nacional ya no se da uno cuenta.(Robert Musil, “El hombre sin atributos”, capítulo 109)
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Estuve en Inglaterra poco más de una semana antes del voto contra “el gobierno de los eurócratas”, a quienes los autóctonos menos finos llaman “esos bastardos de Bruselas” (sic) como me ha espetado un vancancier de Manchester al que veo cada verano por la Costa Blanca alicantina. Aunque también han votado contra los inmigrantes polacos, contra los refugiados invasores, etc.
En cualquier caso, pasé un maravilloso fin de semana en una Manor House georgiana del Herefordshire en casa de unos colegas de la universidad en la que enseña mi hija, junto con ella y mis nietos. Exquisita hospitalidad y espíritu europeo de un matrimonio que aún está tratando de recuperarse del impacto del resultado de ese referendum que han propiciado las viejas huestes eurófobas votando contra el futuro de sus propios hijos y nietos.
La ocasión me ha permitido comprender (un poquito) sobre el terreno las distinciones entre un castillo o una mansión de estilo georgiano y las edificaciones posteriores de los períodos victoriano y eduardiano.
La mansión (Manor House) donde nos hemos alojado es georgiana y sus campos y jardines, libres dentro de un orden, invitan al paseo junto a sus estanques, fuentes y riachuelos.
Las ovejas de la raza Herefordshire, recostadas y pastando por sus meadows, son parte del paisaje ondulado de esa Inglaterra amable que los olvidadizos del pasado quieren alejar de los pueblos de Europa.
Parece que la natural hospitalidad de nuestros anfitriones se viste de un aire prerromántico, que, en esos interiores de sobriedad neoclásica, enlaza a través de los siglos con las tradiciones de la arquitectura europea que se ha inspirado durante décadas en las modelos palladianos.
Hasta el mismo Monet se habría sentido a gusto pintando los reflejos sobre las aguas en el estanque del jardín japonés de nuestros amigos ingleses.
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En un castillo eduardiano
Y, además, con un salto que nos llevó del siglo XVIII al pasaje entre los siglos XIX y XX (finales de la época victoriana y años anteriores a la 1ª Guerra Mundial), nos invitaron a un concierto de música de cine en la Stokesay Court, que comenzó con secuencias e interpretación en vivo de música de cámara de Atonement (Expiación), dirigida por John Wright (2007), filmada en ese mismo castillo, y finalizó con Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore (1988). En total fueron seis secuencias y miniconciertos durante una sesión mágica, en el hall, un tanto misterioso, de un lugar de película.
De este modo, no sólo disfrutamos de una tarde de cine y música entre lo más granado de la sociedad de Herefordshire, sino que tuvimos una segunda sesión práctica sobre la arquitectura inglesa de los últimos siglos, en este caso la de influencia gótica, menos luminosa, pero perfecta para el drama de Expiación de la novela de Ian MacEwan en la que se basa el film, y cuya lectura no puedo menos que recomendar. Por cierto que en ella se describe el sacrificio de muchos jóvenes ingleses durante la retirada de Dunkerque en 1940, batiéndose por esa Europa que a los partidarios del Brexit tanto les molesta.
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Tercera clase práctica
La última visita nos llevó de la mano de nuestros anfitriones al Croft Castle, de orígenes medievales pero destruido por los parlamentaristas en el siglo XVII, reconstruido en estilo georgiano en la segunda mitad del mismo siglo y con unos interiores redecorados en el estilo bastante libre del Gothic Revival en la segunda mitad del XVIII.
En sus interiores hay huellas de un legado cultural y decorativo variado, con predominio de la influencia victoriana, el neogótico de sus artesonados, acorde con las ojivas de sus fachadas, la ornamentación de sus revestimiendos y los muebles victorianos, sin que falten signos de la afición a las chinoiseries.
Mi anfitrión me fotografió ante la fachada posterior, desde la que se divisa una campiña inglesa de aires románticos, por la que en cualquier momento podríamos ver sin extrañarnos algún caballero salido de las novelas de Sir Walter Scott (1731-1832) o alguno de aquellos normandos que servían a las órdenes de Walter de Lacy (-1085) a quien se atribuye la fundación del castillo de Ludlow, no lejos de donde estamos y de la localidad de Stanton Lacy en el Shropshire.
Mi abuela habría querido estar aquí…
Por las paredes del palacio se exhiben los retratos y los recuerdos de quince generaciones de los Croft. Sería aburridísimo entrar a detallar toda esta fisionómica familiar. Así que destacaré dos de sus baronets.
Uno de ellos, el Reverendo Sir Herbert Croft (1751-1816)m, se arruinó a causa de su voracidad erudita que llevó a descuidar la administración de su enorme propiedad, enfrascado en corregir y aumentar el monumental diccionario inglés (1755) de Samuel Johnson.
Aunque lo más apasionante de su producción fue la novela epistolar Love and Madness basada en una historia real de pasiones y crímenes.
Lo descubrí, pero no pude hojearlo, tras los cristales de la biblioteca de este castillo. Por cierto que los voluntarios del National Trust que se prestan gustosos a explicarte todo lo que vas viendo son gente culta y muy bien informada. La pena fue no poder enrrollarme más pues la visita con niños tiene sus límites y en los jardines nos esperaba un playground que premia la paciencia de los pequeños. A pesar de eso, uno de los guías voluntarios tuvo tiempo de contarme la triste historia de las tres hijas del reverendo Croft.
Murieron solteras, pues su padre nunca tuvo el capital requerido para la dote de ninguna de ellas. ¡Estúpido siglo y miserables pretendientes! A juzgar por el retrato, debieron ser valerosas y bellas y, sobre todo, inteligentes y cultas.
El padre estuvo en la cárcel por deudas y perdió las propiedades de la familia. Ante una segunda denuncia, escapó a Francia. Entonces no había Unión Europea, pero las leyes no escritas del asilo funcionaron. Aunque también habría otros farages entonando eso de “we want our money back”…
Yo no sé cómo le habría representado Oscar Kokoschka al cabecilla de UKIP. Menos mal que el pintor autriaco no se tropezó con un eurófobo parecido cuando escapó de los nazis y se refugió en Gran Bretaña. Puede que el lápiz de Otto Dix hubiera sido el apropiado para reflejar el aura de este campeón de la xenofobia y la mentira.
El caso es que Kokoschka (quien obtuvo la nacionalidad británica en 1947) se hospedó en el Croft Castle pra cumplir con el encargo de retratar a Lord Michael Croft (1916-1997), a quien pintó bañado en esa atmósfera psicodramática que dicen pretendía reflejar el mundo del personaje retratado, en este caso con al fondo la imagen de su abuelo y una bandera roja comunista ondeando a la izquierda.
Por cierto, si algún día visitan el castillo de los Crofts pidan en su cafetería un té con scorns, son exquisitos.
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Al día siguiente de nuestra vuelta a Leicester, paseando por el New Walk, una semana antes del referendum del Brexit, hay algo que me dió mala espina, aunque, optimista yo, procuré desechar esa sensación. Uno de los prohombres de la historia de la ciudad, reverendo y escritor también de obras varias, entre ellas una de 1803, titulada Sentiments proper to the present Crisis (Sentimientos apropiados para la presente crisis) me hacía un gesto de adiós…