Dedicado a Bélgica, ese plat pays que me es querido
Durante dieciocho años trabajé en Bruselas al servicio de una sociedad de seres humanos en una civilización abierta.
El día 22 me sentí muy deprimido, pensando en Bélgica, en nuestra Bruselas herida, en su civismo, en sus buenas gentes, en los amigos y compañeros.
No oculto que he seguido triste y llamando y escribiendo a unos y a otros, para expresar mi solidaridad, para saber de ellos.
Hoy, en las culturas de representación cristiana, es un día para la Resurrección o, independientemente de nuestras creencias, para la voluntad de vivir.
Pienso que Miguel Angel lo formula en unos dibujos que, trascendiendo la leyenda del Resucitado, expresan la capacidad del ser humano de recuperarse, de no darse por vencido. Es esa aptitud la que quienes viven en Bruselas y todos los que en cualquier parte del mundo apostamos por sociedades abiertas y democráticas hemos de ejercer.
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Historia de unos dibujos
En la base de todo, en el fundamento de su arte, en Miguel Ángel (1475-1564) encontramos siempre el inmenso, sensible y emocionante dibujante. El dibujo era para él, según comenta Vasari, la fuente primaria y el alma de todas las formas de la pintura y la raíz de todas las ciencias. Dibujaba para la escultura, dibujaba para la arquitectura y dibujaba para la pintura. No como una forma de investigar las formas de la naturaleza, sino para aferrar su ideal, cuya culminación es el cuerpo humano, generalmente desnudo, movido por su propia dinámica interior. Dibujaba y destruía con frecuencia sus cartones y láminas si no satisfacían su ideal.
Dibujó desde muy joven, pero es entre 1520 y 1541 cuando llega al máximo de su maestría, a su madurez como dibujante.
Ya no dibuja como si esculpiese, abandona los trazos cruzados de la pluma y, en lugar de juegos de luces y sombras pensadas con el ojo del escultor, las formas adquieren la morbidez de una corporeidad ideal y los contornos se perfilan con un sutil sfumato.
En los dibujos de esta época, con carboncillo, lápiz negro, o sanguina, la vida de los cuerpos brota de dentro y el poder del movimiento nace de su fuerza interior.
Los que representan la figura de Cristo resucitado apuntan a que Miguel Ángel conocía los grabados de Martin Schongauer (1448-1491) y Albert Durero (1471-1528), así como las pinturas de Andrea Mantegna (1431-1506) sobre el mismo tema, y se inspiró para su dibujo en sus modelos para la composición de la tumba y en los figurantes durmientes que yacen en rededor. Para todo lo demás, el artista florentino abandona los restos del gótico del los grabados de los maestros germánicos y las formas ceñidas del maestro del Quattrocento italiano.
Los dibujos que entre 1532 y 1533 realiza en homenaje, como sus sonetos, a la belleza de su discípulo y joven amigo, Tommaso Cavalieri (1509-1587), no son bocetos para pinturas o esculturas, sino que fueron ejecutados por sí mismos, como obra cumplida.
Tommaso aprendió a dibujar con Miguel Ángel y llegó a ser un reputado coleccionista y asesor de arte en Roma. Su colección de dibujos y, entre ellos una buena parte de los que le regaló el maestro, es parte ahora de la Colección Real del Castillo de Windsor.
Cristo deja atrás la muerte con la energía de un gimnasta. Toma impulso sobre su pierna derecha, ayudada por el brazo izquierdo que tira del tronco, mientras garantiza el equilibrio con la izquierda y con el brazo derecho, tenso y dirigido hacia lo alto.
Anatomía heroica y al mismo tiempo fuerza natural de quien resurge de la muerte, preparado de nuevo para los desafíos de la vida, con la actitud del poder físico y del espíritu seguro y tranquilo.
La sensación de ese poderoso movimiento es reforzada por el sudario, ya inútil, que literalmente flota y vuela a las espaldas de un hombre que renace, y parece que dejase atrás la caverna de la fábula platónica, para volver a las luz y a la vida, frente a frente y no a través de sombras.
La luz llega de la derecha, y la sensación de resurrección se completa con la del propio papel blanco, que parece descender sobre el rostro desde lo alto, acentuando así el efecto de retorno a un mundo real, al pleno día.
La tumba es apenas un recuerdo desvaído a los pies del resucitado.
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Bibliografía
Buck, Stephanie and Bissolati, Tatiana (Eds.), Michelangelo’s Dream, London, The Courtauld Gallery in association with Paul Holberton Publishing, 2012
De Tolnay, Charles, History and Technique of Old Master Drawings, New York, Hacker Art Books, 1983
Negri Arnoldi, Francesca e Prosperi Valenti, Simonetta. Il disegno nella storia dell’Arte Italiana, Roma, Carocci, 2010