La semana que acaba hoy ha sido un prodigio de luz y claridad. Göteborg ha disfrutado de días soleados y de atardeceres transparentes. Son cosas del otoño en la Costa Oeste de Suecia.
Mis pequeñas rutas de la tarde navegan sobre el agua de la ría y me llevan por las calles de la Vasastan.
A riesgo de ser tachado de exagerado voy a hablar de lluvia de oro.
Seguramente soy un poco rebuscado, pero, contemplando los reflejos en la ría y los canales o la última caricia solar en las cornisas de los edificios centenarios de mi barrio, me han venido a la memoria dos imágenes señeras de la historia del arte.
Ambas representan dos mitos clásicos; uno pagano, el de Dánae en trance de ser fecundada por Zéus, transformado en una cascada de oro; el otro cristiano, el de la Virgen María, en el acto de ser preñada por el Espíritu Santo.
Tanto Tiziano como Fra Angelico, en sus cuadros del Museo del Prado, han escenificado respectivamente, sensual el veneciano y timorato el fraile florentino, la áurea invasión jupiterina y el dorado flujo del Espíritu Santo. Frutos del milagro serán Perseo, el semidiós pagano, adalid de la lucha contra las sombras, y Jesús, el dios-hombre de la nueva era, luz del mundo y redentor de los que yacen en las tinieblas del pecado original.
Imagino que si, la semana pasada, alguna virgen ha sido de nuevo fecundada por obra divina, eso ha debido de ocurrir en alguno de los áticos de Gotemburgo.
El instrumento del milagro habrán tenido que ser esos rayos del último sol del día por sus ventanas. ”Como a través del cristal, sin romperlo ni mancharlo”.
Pero creo que los mortales siguen soñando con su futura prole sin intervención de dioses. En otoño el amor es más cálido bajo las últimas luces de la tarde.