Los Reyes Magos entraban en casa no sé si por sus balcones o por la chimenea del despacho de mi abuelo, quien les dejaba unas gruesas naranjas valencianas para ellos y unos haces de paja para sus camellos. Por la mañana del día seis de enero cuando todavía em pijama veníamos a ver lo que nos habían traído, esperando que no fuera carbón, la prueba irrefutable de su llegada eran las mondas de las naranjas que se habían comido los reyes y los escasos restos de paja triturados por los dientes de los camellos.
He de añadir que una de esas noches del cinco al seis de enero, aprovechando la oscuridad, me escondí en pijama tras una butaca a una prudencial distancia de la entrada del despacho aquel y, muy asustado en mi osadía, fui testigo de como las sombras de los reyes entraban y salían de allí. Temía mucho que me hubieran descubierto y me dejaran carbón, pero no se dieron cuenta y mi fe en ellos no hizo sino reafirmarse.
Uno de los cuadros de la «Adoración de los Magos» que más me gustan es del fraile dominico Juan Bautista Maíno en el Museo del Prado. Los magos de Oriente, como es natural, no llevan corona, sino una cofia emplumada el africano Baltasar, un turbante al estilo otomano el anatolio Gaspar y una solemne calva el canoso Melchor, quién sabe si caucasiano. El portal de piedras ruinosas por las que trepa la hiedra, y en su base brotan setas y malas hierbas, parece los restos de alguna obra ciclópea, algo así como los del palacio filisteo derribado por Sansón. Probablemente, la inspiración icnográfica se la debió Maíno a las historias sobre Oriente que absorbió y vio representadas en cuadros barrocos durante sus años jóvenes en Italia.
Pero en estos días en Suecia, donde el rastro de la caravana de los magos ha sido ya hace años borrado por el paso de los renos de Papá Noel, al que aquí llaman Jultomten. Los tomtar según creencias medievales eran unos elfos venerables que trabajaban alrededor de las granjas en la parcela hortícola ocupada por la casa, el tomte en sueco. Así que el Jultomte es el que se afana en Navidad (Jul) para traer regalos y que no viene del Polo Norte, como el norteamericano, sino de algún escondite misterioso de los bosques escandinavos. Pero aquí casi nadie se acuerda y predomina la versión yankee del trineo volador tirado por los renos.
Sin embargo en el parque cerca de casa hemos visto estos días una jirafa, supongo que perteneciente al séquito de Baltasar…
Así que se recuerde o no, aquí los magos ¡haberlos, haylos!
Si bien algunos llegan ya cansados, pues no es lo mismo ser remolcado por los cielos como Santa Claus que cabalgar sobre la joroba de los camellos, tanto es así que Melchor se acomodó fatigado en mi casa y pidió una copita de aguardiente.
Pero -¡ay!- había yo olvidado el miedo de aquella noche de mi infancia… (*)
¡Me lo recordó la inmediata fuga por el pasillo de mi nieto de tres años, despavorido ante la epifanía del venerable rey mago!
Notas:
(*) Para miedos el San Nicolás en Bélgica, un santo que pasando por una calle pueblerina se dio cuenta de que tres niños habían sido convertidos en salazón por el carnicero del lugar. Descubierto, el carnicero fue castigado por el santo quien milagrosamente restituyó a los niños su forma humana. Se celebra su fiesta el 6 de diciembre y hay representaciones de guiñol de su leyenda para los niños. Sin saber de la leyenda fuimos al teatrillo con nuestros dos hijos pequeños y salimos corriendo de la sala al ver lo que ocurría en la escena,
La légende veut ainsi que, l’hiver approchant, trois enfants, partis glaner dans les champs, se perdent sur le chemin du retour ; attirés par la lumière filtrant des fenêtres d’une maison, ils s’approchent et frappent à la porte. L’homme qui leur ouvre, Pierre Lenoir (Peter Schwartz dans la culture germanique), boucher de son état, accepte de leur donner l’hospitalité pour la nuit. En fait, sitôt les enfants entrés, il les tue, puis, à l’aide d’un grand couteau, les coupe en petits morceaux, pour finalement les mettre dans son saloir (un grand baquet empli de sel), afin d’en faire du petit salé.
Saint Nicolas, chevauchant son âne, passe par là et frappe à son tour à la porte du boucher. L’homme, n’osant pas rejeter un évêque, le convie à dîner. Son invité lui demandant du petit salé, le boucher comprend qu’il est découvert et, pris au piège, avoue tout. Le saint homme étend alors trois doigts au-dessus du tonneau de petit salé, reconstituant et ressuscitant ainsi les trois enfants.
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