Cincuenta años de “Obra abierta” de Umberto Eco
Los que en aquellos años sesenta (¡del siglo pasado!) éramos ilusos jóvenes filosofantes, poetas secretos y artistas incomprendidos (¡no podía ser de otro modo, pues nadie sabía de nosotros!) y soñábamos con ser los intelectuales del futuro, tuvimos una especie de revelación con la lectura laboriosa de “Opera aperta” de Umberto Eco.
Cuando aquel libro estaba a punto de salir de las prensas, el que suscribe dejaba el colegio, yo y mis compañeros de la sección B del curso preuniversitario posábamos así de encorbatados para la foto de la promoción del 62.
Pues bien, la primera edición la publicó la editorial Bompiani en 1962. Yo la leí en la segunda de 1967, en mis tiempos de estudiante en Italia, cuando ya había suscitado un enorme debate. Dicha reedición apareció con una segunda introducción del autor y notables modificaciones y añadidos. Hay que decir que una constante en los ensayos de Umberto Eco es examinar las críticas que se le hacen, ponerse al día con su propia autocrítica y reeditarlos. Creo que es un magnífico ejemplo de juventud de espíritu.
No ha sido Umberto Eco el único de los escritores, poetas, músicos, ensayistas y, en general, intelectuales italianos, que tenían entre diez y quince años cuando acabo la guerra en 1945 y que en los años 60 iniciaron una corriente provocadora, que no tiene que ver con las vanguardias de la primera mitad del siglo. Ellos privilegiaban la obra y no se perdían en manifiestos revolucionarios. Privilegiaban la experimentación sobre la declamación y preferían a Marcel Proust, James Joyce o T.S. Eliot en vez de André Breton, Filippo Marinetti o Tristan Tzara
Dirigieron sus miradas más allá de las fronteras de Italia e iniciaron la superación del ensimismamiento de los seguidores de la estética de Benedetto Croce, o el encastillamiento de los intelectuales que habían militado en la Resistencia o en su adversaria la República de Salò.
Los jóvenes experimentalistas jubilaron el realismo socialista, no sin vivas reacciones de aquellos autores y creadores consagrados (con excepciones destacadas como la de Ítalo Calvino) y de los intelectuales del comunismo italiano (con la excepción de Mario Spinella, director de “Rinascita”), quienes no consiguieron abrirse a la comprensión de las corrientes que soplaban fuera de Italia.
Ese era el contexto al inicio de los años 60 en Italia como lo ha descrito el mismo Umberto Eco en su ensayo “Il Gruppo 63, quarant’anni dopo”, una conferencia del año 2003 publicada el año pasado en el libro “Costruire il nemico e altri scritti occasionali” (Milano, Bompiani 2011).
Eran inquietos y provocadores y recíprocamente muy críticos con sus propias obras, aunque la discrepancia creativa no quebraba la amistad y la empatía intelectual que les unió (en esto se distinguieron también del espíritu de querella interna y narcisismo de las vanguardias históricas). Como dijo Eco en la primera reunión del “Grupo 63” en Palermo, la “Generación de Neptuno” se alzaba frente a la “Generación de Vulcano”.
En contraste con las poéticas de los manifiestos sin casi obra de las vanguardias radicales, se situaba la poética de la obra. Frente a la revolución y los asaltos románticos a los “palacios de invierno” literarios, se propugnaba la lenta experimentación y el saber filológico. Fue una “neo-vanguardia” que dejó claro que “la eversión política no podría ya asimilar la eversión artística”. Fueron cinco años de intensa experimentación de un grupo que se disolvería en 1968.
Opera aperta
Umberto Eco ha tenido siempre una endiablada capacidad para explicarnos intuiciones simples de forma prolija, con todas sus ramificaciones y epigénesis. Cuando escribe ensayos no sólo despliega su razonamiento como un árbol de numerosas y frondosas ramas, sino que pone al descubierto las raíces en las que se funda, con abundantes glosas y guiños a la obra de otros pensadores, literatos e historiadores.
La lengua italiana es, a mi modo de ver, la mejor equipada entre las lenguas románicas para la retórica (sólo superada por el latín) y Eco la usa de modo magistral, aunque por aquella época, todo hay que decirlo, a menudo se demoraba brillantemente en el fárrago. A menudo había que volver una y otra vez sobre sus párrafos para saber si habíamos entendido lo que quería decir.
Pero, con el paso de los años, sus propuestas pioneras son ya adquisiciones de nuestra cultura y moneda corriente, sus ensayos han cambiado de tema y son muestras de una argumentación cristalina.
Creo que el resumen mejor de “Opera Aperta” es su prólogo a la reedición del 1967. Umberto Eco muestra con el análisis de numerosos ejemplos de las varias ramas del quehacer artístico que en toda obra de arte la ambigüedad es inherente a la “forma”, incluso cuando la técnica y la finalidad del artista parezcan evidentes.
La tesis de esta obra, escrita cuando Umberto Eco tenía entre 28 y 30 años, sigue válida, por más que lo que dice sea ya patrimonio común entre críticos de arte y estudiosos de la cultura y la creación artística. Supongo que si el autor la escribiese ahora, su estilo sería mucho menos enrevesado y mucho más directo. Pero en aquella época muchos ensayistas de éxito escribían así en Italia y en Francia. Y, para no ser menos, si releo lo que yo escribía por entonces, los jóvenes aspirantes a escritores los remedábamos a conciencia.
Un fecundo itinerario
Umberto Eco siguió publicando ensayos, como “Apocalípticos e integrados”, “La estructura ausente”, “La definición del arte”, etc., y, como culminación de este proceso, el “Tratado de Semiótica General” en 1975; siempre reeditándolos, escuchando a sus críticos y respondiendo a los cambios de nuestra época. Es un magnífico ejemplo de cómo ponerse en cuestión.
Sus escritos morales y políticos son otra faceta en la que, en contraste con su estilo en los ensayos antes mencionados, Umberto Eco es claro, diáfano e incisivo. Por no hablar de sus artículos en los periódicos, donde opera como un cirujano sobre el cuerpo de la contemporaneidad, sobre todo sobre la que afecta a Italia, donde su voz se destaca por su clarividencia política y moral. Se podría decir que cuando era un joven ensayista experimental sabía escribir cosas simples de forma complicada pero hermosa y con la edad, la belleza de su lenguaje se mantiene, pero Umberto Eco ha llegado a tener una facilidad envidiable para escribir o hablar sobre complejas cuestiones filosóficas y éticas de forma clara y meridiana, sin ambigüedad.
En los años 80 vinieron las novelas de Umberto Eco y muchos nos volvimos adictos a esas tramas fastuosas y a la riqueza de su lenguaje, a su forma de reflejar lo enrevesadas que pueden ser las cosas y llegar a los desenlaces inesperados del combate entre las pasiones y la ambición ilusa de los seres humanos. Las peripecias de sus novelas se sitúan con preferencia en tiempos idos, sobre los que su escritura se explaya en alas de la erudición: “Il nome della rosa”, “Il pendolo de Foucault “, “Baudolino”, “L’isola del giorno prima”, etc., y recientemente “Il cimitero di Praga”.
La recepción de Obra abierta
Pero volvamos al aniversario de “Opera Aperta”. Decíamos que las tesis de Umberto Eco son hoy moneda corriente en el campo de la Estética y la Crítica de Arte y casi nadie se acuerda ya de la polvareda que levantó en los años sesenta, cuando lo que propugnaba no era evidente. Digamos de paso que este libro nació de sus primeras reflexiones sobre la música experimental que, por entonces, suscitaba reacciones iracundas y cosechaba pateos en un lugar tan respetable como la Scala de Milán.
Puede que no haya muchos que se interesen hoy por los hallazgos de aquel libro que se ha integrado en nuestra forma de mirar las obras de arte, pero, para consuelo mío, recientemente descubrí que en la Facultad de Bellas Artes de Altea, a la que debo tres años académicos de formación artística muy divertidos y fecundos, se sigue leyendo la “Obra abierta” de Umberto Eco.
Para demostrarlo os presento una síntesis de la misma, escrita en el contexto de un trabajo académico por Eva Martí, que se ha leído la obra de cabo a rabo. Me ha dado permiso para publicarlo aquí y no tengo nada que añadir:
“La gran variedad de estudios e indagaciones realizadas en el libro “Obra abierta”, se pueden resumir en que en toda obra de arte hay una ambigüedad de la forma, por mucho que la técnica y el propósito del autor sean diáfanos. Hay multitud de significados contenidos en una forma.
En la obra de arte podríamos hablar de unos supuestos históricos que preceden a la obra, un argumento, un modo de hacer (una forma) y unas relaciones con fenómenos culturales en la misma obra, todo esto entrando en contacto con la experiencia del espectador/consumidor, coge vida y tiene unas repercusiones psicológicas. Así, esa forma inicial se convierte en una obra abierta. Son las obras, como cita el libro, una invitación a la libertad por la multitud de respuestas y soluciones que ofrece la obra. Tienen un valor añadido a la mera contemplación estética.
La ambigüedad de significados se encuentra en todas las obras a lo largo de la historia y es a partir del Barroco cuando se hace más patente. Aunque es en las poéticas contemporáneas, a partir de los años 60, cuando se busca y se pretende que esta ambigüedad sea parte de la obra. Como obra nos referimos tanto a la poesía como la música contemporánea, la pintura informal o la escultura.
La ambigüedad de la que hablamos, puede conseguirse de muchas formas aunque tal vez la que más se utilice sea la conseguida rompiendo el orden establecido y por tanto esperado, de la forma de hacerlas. El orden muchas veces lleva a la alienación y rompiendo este orden encontramos mensajes ambiguos y por tanto abiertos. Aquí la ambigüedad adquiere un valor positivo, tiene una justificación. Y es el artista con su forma de hacer quién ofrece una forma para dar un sentido, o un orden, a la ambigüedad que emerge.
Eva Martí Domingo
Facultad de Bellas Artes de la Universidad Miguel Hernández, Altea
Enero 2012
Donde se confirma lo dicho con algunos ejemplos o de cómo las obras de los grandes artistas son siempre “obras abiertas”
Como no quiero aburrir más al sufrido lector y lo mío es la pintura, me permito hacerme eco gráfico de cómo Francis Bacon (1909-1992) ‘inspira’ la obra abierta de Rembrandt (1606-1669) y Velázquez (1559-1660). Mejor dicho, de cómo la observación de los cuadros de Bacon, nos inspira a nosotros para descubrir en los cuadros de Rembrandt y Velázquez innumerables aperturas y sentidos posibles. Las obsesiones del pintor irlandés, que murió precisamente en Madrid hace veinte años, se reflejaban en su continuo estudio de las obras de pintores del pasado y de la modernidad, como se refleja en las numerosas reproducciones que conservaba en su indescriptible taller. Así la obra abierta de Bacon se construye incansable sobre las ‘aperturas’ de las obras de otros artistas, sobre los sentidos y mensajes implícitos de las mismas, interpretadas desde las agitaciones, angustias y tragedias del siglo XX.
Bacon versus Rembrandt
Bacon versus Velazquez
Las personas también somos obras abiertas
Tomadlo como queráis, como cuestión estética o como dato existencial, el caso es que los jóvenes de la foto que encabezaba esta entrada, seres abiertos al futuro en aquel lejano 1962, hemos comprobado a lo largo de cincuenta años que la vida es una ‘opera aperta’. Como prueba, tratad de identificarnos en esta foto del mes de junio del presente año, ahora dentro del grupo de cerca del sesenta por ciento de nuestra promoción que se reunió para conmemorar el medio siglo desde nuestra salida del colegio.
Os puedo asegurar, que, a pesar de los achaques de todos estos tipos tan provectos que ahora somos, la mayoría (pues algunos se quedaron ya por el camino) aún seguimos abiertos a lo que cada día la vida nos ofrece con sus innumerables sentidos.