Para Eva
En una reciente entrada de este blog me ocupaba del libro Machu Picchu de Hermann Buse, de los dibujos de Luis Ccosi y de las instantáneas de Manuel Scollo que lo ilustraban. Asímismo me refería a mi infructuosa búsqueda de datos de este fotógrafo, nacido en Rosolini, provincia de Siracusa (Sicilia) en 1902, que, después de graduarse en Farmacia, emigró en 1925 al Perú. Veinte años de su vida transcurrieron en Arequipa donde ejerció como pionero de la fotografía documental dejando miles de fotografías sobre la Ciudad Blanca.
A pesar de todo, la única referencia que encontré del artista, además del citado libro, fue una exposición de “Arquitectura Peruana antigua y moderna” que tuvo lugar en el Museo de Bellas Artes de Gotemburgo en 1950, en el que se encomia su film sobre los paisajes de Puno y de donde procede esta escueta información biográfica.
El catálogo incluye textos (en sueco) de dos ilustres peruanos, el historiador y antropólogo Luis Eduardo Valcárcel (1891-1987) sobre Machu Picchu y el arquitecto y escritor Hector Velarde (1898-1989) sobre la arquitectura de Arequipa
Pues bien, gracias a Eva Ranglin, bibliotecaria y archivera del Museo, pude examinar el catálogo que incluye algunas de las fotografías de Scollo, más tres reproducciones de tejidos mochicas, que proceden del libro Moche (Lima, Editorial Lumen 1937) de Arturo Jiménez Borja (1908-2000) con un prólogo de Hidelbrando Castro Pozo (1890-1945), sociólogo y político indigenista. También se enumeran las sesentaicuatro fotos de arquitectura peruana de Manuel Scollo y los demás objetos de la exposición: veintisiete piezas textiles preincaicas, diecinueve vasijas preincaicas e incaicas.
El volumen procede de la biblioteca de la antigua Ibero-Amerikanska Institutionen de la Universidad de Gotemburgo, donde fue catalogado el 16 de marzo de 1944. Esta obra es parte de los ricos fondos de aquel Instituto Iberoamericano, que ya no existe en cuanto tal, cuya memoria de actividades incluí en esa crónica.
Hoy entrevero algunas de las fotografías de Manuel Scollo que se expusieron en el Museo de Bellas Artes de Gotemburgo en 1950 y los dibujos de Arturo Jiménez Borja, quien traspasó al papel cientos de pictografías de la cerámica y los tejidos de la cultura Mochica
Dibujos y cerámicas
Me ha parecido útil combinar con los dibujos algunas fotos de las cerámicas mochicas de diversas colecciones, en las que aparecen esos motivos y pictogramas
Por desgracia, las fotos de arte textil mochica que aparecían en el libro fueron arrancadas del mismo, puede que para reproducirlas en el catálogo. Si así fue, quien lo hiciera olvidó restituir las páginas a su sitio, dejando así ese volumen, ironías del destino, desmochado. El ejemplar que he encontrado no conserva la portada, quizás por el mismo motivo. Sólo se reproducen algunas en blanco y negro en el catálogo de Gotemburgo
No así los estupendos dibujos del autor, que siguen en el volumen, y sus sabrosas descripciones y comentarios sobre el significado de las pictografías y sobre la pervivencia en el distrito de Moche (provincia de Trujillo), en aquellas primeras décadas del siglo XX, de las mismas tradiciones artesanales y los mismos oficios milenarios de los mochicas.
Algo sobre Arturo Jiménez Borja
No tengo que abundar mucho sobre la persona y la obra de este descendiente del último curaca de Tacna de la que se encuentra información en la wikipedia. Nació durante la ocupación chilena de esa ciudad del extremo sur peruano, por lo que su familia se exilió en Bolivia y él hizo sus primeros estudios en el colegio de San Calixto de La Paz.
Se doctoró en Medicina y, aunque ejerció su profesión durante toda su vida en el Hospital Obrero de Lima, fue un humanista polifacético. Sus trabajos de exploración, preservación y divulgación arqueológicas sobre las culturas preincaicas de la costa del Perú sirvieron para salvar y divulgar la arquitectura de varios importantes sitios, creando museos y sirviendo con entusiasmo a la construcción de la memoria ancestral del Perú.
No fue siempre ortodoxo en sus tareas de restauración. No era un arqueólogo profesional y, con criterios actuales, se le critica que fuera demasiado espectacular en algunas de sus presentaciones públicas, sobre todo en el desenfardelamiento de momias procedentes de diversas sitios arqueológicos peruanos.
Pero, la otra cara de la moneda, es que, gracias a él, las antiguas culturas del Perú adquirieron una visibilidad internacional ante las instituciones extranjeras y los organismos culturales internacionales (como es el caso de la UNESCO). No fue siempre bien tratado ni se le agradecieron sus servicios cuando la dictadura militar en le separó en los años 70 de sus funciones en el museo de Puruchuco que él había creado. Retomó sus actividades con el retorno de la democracia. Fue asesinado en Lima en el año 2000 cuando había cumplido noventa años. Según las informaciones de entonces se consideró un crimen de carácter homófobo que tuvo que ver con su orientación sexual.
Lo que verdaderamente me satisface mostrar en este blog son sus dibujos y descripciones, en los que reproduce, a partir sobre todo de las cerámicas, la memoria simbólica y cotidiana de una cultura desaparecida, y sus textos que la reviven.
Las pictografías mochicas
En la margen sur del río, se anida la villa de Moche. Está rodeada de una alegre campiña, lindamente parcelada por tapiales que recortan en cuadros el verde intenso del valle. El río nace en la cordillera, y desde allí baja cantando hasta morir en el mar. A su paso se abren los cerros y las quebradas se derraman en dones; al llegar al llano, el valle se hace amplio, el río se remansa y de él parten muchas acequias y riachuelos que extienden hasta muy lejos, ganando tierra al despoblado, la gracia campesina del valle
Próximo al mar el valle se detiene, la arena de la playa incursiona tierra adentro y la hace impropia para el cultivo. La grama salada se encarama sobre las dunas de arena, que ondulando se aproximan al mar. Sobre la playa amplia y dorada chillan las pardelas
El totoral, alarde último de la vega, se halla situado en la linde del valles; más allá comienzan a ondular los arenales. El agua que filtra del río discurre secreta bajo la campiña y aflora en las tierras bajas junto al mar, formando charcas y quietas lagunas. Las plantas acuáticas cubren en gran parte la superficie del charco. La “Pistia stratioes” abre sus rosetas verdes y extiende un suave velamen sobre las riberas cenagosas. En las márgenes de la laguna el viento mece las totoras. Los tallos verdes emergen del agua y sacuden en el ápice sus flores menuditas. Hay varias clases de totoras. La enea o “Typha domingensis” es esbelta, sus hojas son lanceoladas y en la punta del tallo florece una espiga morena. La corta-corta o “Gladium mariscus” tiene hojas ásperas y filudas y las flores se mecen en menudas borlas desde la mitad del tallo. La totora o “Scirpus riparus” es la más bella de todas, flexible y armoniosa; la base del tallo es ancha, después se adelgaza y en la punta baila un fleco de flores
Los mocheros son fuertes indios costeños que pueblan este paisaje y se derraman a lo largo del valle. Unos viven en la campiña: se llaman los campiñeros. Otros junto al mar: son los pescadores. Al centro los reúne la villa de Moche.
En los hogares queda aún mucho de la primitiva estirpe india. Oyense apellidos como Ucañan, Huamanchumo, Pimincuma, Sachum y Chinchayan.
Los pescadores sacan el cal-cal, red redonda a modo de saco, repleta de pescado y con ella se dirigen hacia tierra. Los niños sostienen el caballito por la proa, y el agua los salpica y mueve la ligera nave como si fuera un bruto que luchase por desasirse.
Como hace cientos de años los indios de Huanchaco reviven diariamente la leyenda. Al atardecer después de terminada la pesca, enrumban las airosas proas hacia tierra y van llegando en filas hasta varar suavemente.
Al llegar a la playa los niños corren a dar encuentro a los caballitos y a recibir la canaleta o remo, la chuna, que es el calabacito que sirve de flotador, los cordeles de pesca, y la trinca o piedra de fondeo
Bajo los cielos costeños vuelan en largas filas multitud de aves marinas. Mas nada gana en belleza el vuelo ágil y seguro de las águilas del litoral. Quizá por eso, ellas fueron comentadas por los ceramistas en tan repetido elogio sobre la arcilla.
A las imágenes del río se añaden las de la fauna piscícola
Por desgracia, no todo eran tradiciones idílicas y reflejo de la naturaleza. Ya lo hemos atisbado en las imágenes de prisioneros, de las cuales la cultura mochica, como muchas otras civilizaciones, ha dejado abundantes testimonios que traslucen la violencia del poder y las guerras tribales.
En la cerámica se modeló y se pintó con abundancia de detalles a los guerreros, con sus peculiares escudos y sus armas
Colofón
Visto lo visto, no sé qué pensarán nuestros modernos diseñadores gráficos y quienes se exprimen el cerebro para idear logos e iconos corporativos preñados de sentido y densos de mensaje, que puedan además ser reproducidos con nitidez e impacto visual sobre cualquier tipo de soportes.
Mi modesta opinión es que esas habilidades creativas ya las dominaban los artistas mochicas hace siglos.